viernes, 18 de abril de 2014

El CASO No.2 DEL AÑO 2013 Entrada no.3

     Pasaron las vacaciones de fin de año de 1990, llegó  1991, era mi último año de bachillerato, después esperaba ir a la universidad, no estaba seguro si iría a la Universidad Autónoma de Nicaragua que está justo al lado del colegio La Salle o siguiendo la teoría de mi padre, me mandaría a una universidad cara y pudiera seguir coleccionando y cultivando amistades con gente del primer nivel que me ayudarían en el futuro.
     Llegó el primer día de clases, todos estábamos alegres, saludándonos, preguntándonos los  lugares que visitamos, cómo habíamos pasado las vacaciones, a  quiénes conocimos.  De pronto noté que algunos alumnos permanecían sentados en sus pupitres, eran los nuevos estudiantes que habían llegado de otros colegios,  institutos o de otros departamentos.  Y entre ellos había una que se destacaba como se destacaría la más brillante de las estrellas en el cielo de una noche muy oscura.  Sentada en un pupitre de la fila de atrás estaba la muchacha más linda que mis ojos habían visto de cerca.  Sentí que flotaba en el aire, fue como si una energía intensa, caliente y agradable entrara en mi cuerpo en el instante mismo en que la miré, de pronto sentía que no era yo, era como si estuviera clavado en el piso, una sensación extraña, me sentía liviano y a la vez pesado, inmóvil, con los ojos fijos en la figura de aquella princesa de cuentos de fantasía.  Me miró un instante antes de mirar para otro lado, tímida, nueva, asustada, insegura.  Era bella, aquellos ojos azules, aquella cara tan linda, ese pelo tan liso, negro.
 
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     Delgada, joven y blanca como si fuera de Jinotega. Hasta ese momento yo nunca había conocido el amor y no tenía con que compararlo, pero si lo que estaba sintiendo al estar viendo aquella criatura como bajada del cielo no era amor, entonces el amor tenía que ser el sentimiento más maravilloso que existe y no importaría perder la vida solo para experimentar aunque fuera sólo un instante el sentimiento pleno de amar y ser amado.  Y aquel embeleso que estaba sintiendo fue roto de pronto por los pasos de Miguel Lacayo que también la había visto y como atraído por la fuerza de gravedad pasó al lado mío en dirección a ella.  Y con una gran sonrisa, con aquella seguridad en sí mismo, con el carisma que le abría paso y le despejaba el camino, con aquella mirada que a las mujeres  hacía que les temblaran las piernas se paró al lado de su pupitre y se presentó ante aquel ángel que quizás el cielos nos había enviado.

─ Hola, me llamo Miguel Lacayo y en nombre de toda la clase te damos la bienvenida.

     Miré como aquella muchacha cambiaba de color, su cara se fue tiñendo de rojo, imagino que en contra de su voluntad para que él no se diera cuenta tan fácilmente de la forma en que la había impactado.

─ Hola ─ dijo mirándolo a los ojos─ mi nombre es Verónica Victoria Gabuardi.  Gracias por darme la bienvenida.

     Y al darse la mano algo pasó entre los dos, fue obvio, todos lo miramos.  Si aquello no era amor a primera vista, entonces era que no existía, porque cuando aquellos dos se miraron, el corazón se les salió y se metió en el pecho del otro.  Al ver aquel sentimiento que acababa de nacer entre ellos me sentí chiquito, sentí que casi no existía, el mosquito más pequeño sería un gigante en comparación a como yo en aquel momento  me estaba sintiendo.   Qué cosa más cruel la que me estaba pasando, en el preciso momento en que estaba sintiendo el amor por primera vez, era el mismo en el que estaba viendo que el amor de mi vida se estaba enamorando de Miguel Lacayo, mi protector, ante mis propios ojos, ni como tratar de hacerle competencia, él era el sol y yo un planeta deshabitado y sin brillo.  No tenía derecho a disputársela ni con el pensamiento, aunque todos mis pensamientos a partir de ese día no estaban en otro lugar que no fuera pensando en ella. 
     Deseé en ese momento tener más años, tener más dinero, pertenecer al primer nivel, tener aunque fuera la quinta parte del carisma de mi compañero de estudio.  Pero era ilusión nada más, mi papel sería el de ser amigo.  Aunque por dentro para mi ella sería el gran amor, mi amor platónico, que nunca lo sabría y en ese mismo momento decidí que no iría a ninguna universidad de Nicaragua, me iría del país, no soportaría estar viendo como aquellos dos  vivirían el amor, el amor de ella que por un segundo llegué a soñar que fuera mío.  Pondría el mar y muchos años de por medio entre ellos y yo.

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     No me equivoqué, ese primer día, ese primer encuentro marcó el inicio del noviazgo mas comentado de todos los tiempos en el colegio La Salle, entre Miguel Lacayo y Verónica Victoria Gabuardi, que llegó a ser conocida como “La Vevi Gabuardi” al tomar la primera sílaba de sus dos nombres.  Ninguno de los dos tuvo competencia por parte de otras muchachas o de otros muchachos, era algo natural, el más guapo y la más bella, tenían que estar juntos,  interferir o querer separarlos hubiera sido cometer un pecado mortal que ni los sacerdotes que manejaban el colegio  hubieran podido perdonar. 
     La que no estaba nada conforme o tranquila, tampoco resignada a que le quitaran su novio, al gran amor de su vida era la desdichada Julissa Sandoval que no paraba de llorar, de implorarle, de humillarse ante Miguel, que en ese momento se transformaba en el indiferente Miguel, el cruel Miguel, que mostraba su lado oscuro, su otro yo, al que no le importaba el sufrimiento de los demás.  Que no se conmovía ante el sufrimiento de su antigua novia, que olvidaba sus promesas de amor, los planes que en las noches de luna llena habían tejido juntos.  Ya las palabras de amor que le decía eran para su nueva conquista.  Y nada más que para decir la verdad, para hacer justicia, La Vevi Gabuardi era diez veces más linda que Julissa Sandoval.  Pero hacérselo entender a ella le llevaría al más capaz de los psicólogos al menos diez años de terapia constante. 
     A medida que fue pasando el año los acontecimientos se fueron revelando, sin que pudiéramos evitarlo la vida de los cuatro en tan corto tiempo había dado un gran giro.  Yo seguía amando en secreto a Verónica Victoria, ella y Miguel cada día más enamorados, y aunque seguíamos siendo amigos, mi amistad hacia él se había enfriado, trataba de no pasar mucho tiempo cerca de ellos.  La que peor la estaba pasando era Imelda Julissa  que cada día se daba cuenta de cómo el gran amor que sentía por Miguel se estaba convirtiendo en el odio más intenso.  No hacia Verónica Victoria porque no tenía la culpa, cuando conoció a Miguel no sabía que ella ya era su novia, la culpa la tenía él que la había traicionado, descaradamente la cambió por otra, mintió, faltó a su promesa, se portó de la manera más vil y tampoco tuvo la decencia de despedirse, de explicarle los motivos por los cuales la dejaba, quizás ella lo hubiera entendido, pero de la forma en que lo hizo hacía que ella no pensara más que en el agravio.  Y juró vengarse, tarde o temprano se vengaría, no lo iba a matar, lo quería demasiado como para desearle la muerte, pero sí una venganza más sutil, dolorosa, del tipo de dolor  que ella estaba sintiendo.  Dolor del alma, algo que nunca olvidaría.  Tendría que tener paciencia.  Y no supo cual fue el momento en que decidió que ya no quería seguir viviendo en Nicaragua, se iría lejos, a cualquier país, no le importaba, Miguel había matado su alma.  Lo bueno que habitaba  en ella se había convertido en hiel, en algo amargo y lo peor era que sentía odio por todas las mujeres, sobre todo por las jóvenes y bonitas, en cada una de  ellas estaba empezando a ver la cara de una rival que le robaba el amor de Miguel.  Verónica Victoria nunca conoció a Julissa Sandoval ni la historia de amor que vivió con Miguel Lacayo, él nunca la volvió a mencionar ni a pensar en ella, tan intenso era el amor que sentía por su
novia que por un tiempo no tuvo pensamientos para otras mujeres.

Página 9                            continúa en la entrada no.4

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