Pasaron
las vacaciones de fin de año de 1990, llegó
1991, era mi último año de bachillerato, después esperaba ir a la universidad,
no estaba seguro si iría a la Universidad Autónoma de Nicaragua que está justo
al lado del colegio La Salle o siguiendo la teoría de mi padre, me mandaría a
una universidad cara y pudiera seguir coleccionando y cultivando amistades con
gente del primer nivel que me ayudarían en el futuro.
Llegó el primer día de clases, todos estábamos
alegres, saludándonos, preguntándonos los
lugares que visitamos, cómo habíamos pasado las vacaciones, a quiénes conocimos. De pronto noté que algunos alumnos permanecían
sentados en sus pupitres, eran los nuevos estudiantes que habían llegado de
otros colegios, institutos o de otros
departamentos. Y entre ellos había una
que se destacaba como se destacaría la más brillante de las estrellas en el
cielo de una noche muy oscura. Sentada
en un pupitre de la fila de atrás estaba la muchacha más linda que mis ojos habían
visto de cerca. Sentí que flotaba en el
aire, fue como si una energía intensa, caliente y agradable entrara en mi
cuerpo en el instante mismo en que la miré, de pronto sentía que no era yo, era
como si estuviera clavado en el piso, una sensación extraña, me sentía liviano
y a la vez pesado, inmóvil, con los ojos fijos en la figura de aquella princesa
de cuentos de fantasía. Me miró un
instante antes de mirar para otro lado, tímida, nueva, asustada, insegura. Era bella, aquellos ojos azules, aquella cara
tan linda, ese pelo tan liso, negro.
Página
7
Delgada,
joven y blanca como si fuera de Jinotega. Hasta ese momento yo nunca había
conocido el amor y no tenía con que compararlo, pero si lo que estaba sintiendo
al estar viendo aquella criatura como bajada del cielo no era amor, entonces el
amor tenía que ser el sentimiento más maravilloso que existe y no importaría
perder la vida solo para experimentar aunque fuera sólo un instante el
sentimiento pleno de amar y ser amado. Y
aquel embeleso que estaba sintiendo fue roto de pronto por los pasos de Miguel
Lacayo que también la había visto y como atraído por la fuerza de gravedad pasó
al lado mío en dirección a ella. Y con
una gran sonrisa, con aquella seguridad en sí mismo, con el carisma que le abría
paso y le despejaba el camino, con aquella mirada que a las mujeres hacía que les temblaran las piernas se paró al
lado de su pupitre y se presentó ante aquel ángel que quizás el cielos nos
había enviado.
─
Hola, me llamo Miguel Lacayo y en nombre de toda la clase te damos la
bienvenida.
Miré
como aquella muchacha cambiaba de color, su cara se fue tiñendo de rojo,
imagino que en contra de su voluntad para que él no se diera cuenta tan
fácilmente de la forma en que la había impactado.
─
Hola ─ dijo mirándolo a los ojos─ mi nombre es Verónica Victoria Gabuardi. Gracias por darme la bienvenida.
Y
al darse la mano algo pasó entre los dos, fue obvio, todos lo miramos. Si aquello no era amor a primera vista,
entonces era que no existía, porque cuando aquellos dos se miraron, el corazón
se les salió y se metió en el pecho del otro.
Al ver aquel sentimiento que acababa de nacer entre ellos me sentí
chiquito, sentí que casi no existía, el mosquito más pequeño sería un gigante
en comparación a como yo en aquel momento me estaba sintiendo. Qué cosa más cruel la que me estaba pasando,
en el preciso momento en que estaba sintiendo el amor por primera vez, era el
mismo en el que estaba viendo que el amor de mi vida se estaba enamorando de Miguel
Lacayo, mi protector, ante mis propios ojos, ni como tratar de hacerle
competencia, él era el sol y yo un planeta deshabitado y sin brillo. No tenía derecho a disputársela ni con el
pensamiento, aunque todos mis pensamientos a partir de ese día no estaban en
otro lugar que no fuera pensando en ella.
Deseé en ese momento tener más años, tener más dinero, pertenecer al
primer nivel, tener aunque fuera la quinta parte del carisma de mi compañero de
estudio. Pero era ilusión nada más, mi
papel sería el de ser amigo. Aunque por
dentro para mi ella sería el gran amor, mi amor platónico, que nunca lo sabría
y en ese mismo momento decidí que no iría a ninguna universidad de Nicaragua,
me iría del país, no soportaría estar viendo como aquellos dos vivirían el amor, el amor de ella que por un
segundo llegué a soñar que fuera mío.
Pondría el mar y muchos años de por medio entre ellos y yo.
Página
8
No
me equivoqué, ese primer día, ese primer encuentro marcó el inicio del noviazgo
mas comentado de todos los tiempos en el colegio La Salle, entre Miguel Lacayo
y Verónica Victoria Gabuardi, que llegó a ser conocida como “La Vevi Gabuardi”
al tomar la primera sílaba de sus dos nombres.
Ninguno de los dos tuvo competencia por parte de otras muchachas o de
otros muchachos, era algo natural, el más guapo y la más bella, tenían que
estar juntos, interferir o querer
separarlos hubiera sido cometer un pecado mortal que ni los sacerdotes que
manejaban el colegio hubieran podido
perdonar.
La que no estaba nada conforme
o tranquila, tampoco resignada a que le quitaran su novio, al gran amor de su
vida era la desdichada Julissa Sandoval que no paraba de llorar, de implorarle,
de humillarse ante Miguel, que en ese momento se transformaba en el indiferente
Miguel, el cruel Miguel, que mostraba su lado oscuro, su otro yo, al que no le
importaba el sufrimiento de los demás.
Que no se conmovía ante el sufrimiento de su antigua novia, que olvidaba
sus promesas de amor, los planes que en las noches de luna llena habían tejido
juntos. Ya las palabras de amor que le
decía eran para su nueva conquista. Y
nada más que para decir la verdad, para hacer justicia, La Vevi Gabuardi era
diez veces más linda que Julissa Sandoval.
Pero hacérselo entender a ella le llevaría al más capaz de los
psicólogos al menos diez años de terapia constante.
A
medida que fue pasando el año los acontecimientos se fueron revelando, sin que pudiéramos
evitarlo la vida de los cuatro en tan corto tiempo había dado un gran giro. Yo seguía amando en secreto a Verónica
Victoria, ella y Miguel cada día más enamorados, y aunque seguíamos siendo
amigos, mi amistad hacia él se había enfriado, trataba de no pasar mucho tiempo
cerca de ellos. La que peor la estaba pasando
era Imelda Julissa que cada día se daba
cuenta de cómo el gran amor que sentía por Miguel se estaba convirtiendo en el
odio más intenso. No hacia Verónica
Victoria porque no tenía la culpa, cuando conoció a Miguel no sabía que ella ya
era su novia, la culpa la tenía él que la había traicionado, descaradamente la
cambió por otra, mintió, faltó a su promesa, se portó de la manera más vil y
tampoco tuvo la decencia de despedirse, de explicarle los motivos por los cuales
la dejaba, quizás ella lo hubiera entendido, pero de la forma en que lo hizo hacía
que ella no pensara más que en el agravio.
Y juró vengarse, tarde o temprano se vengaría, no lo iba a matar, lo
quería demasiado como para desearle la muerte, pero sí una venganza más sutil,
dolorosa, del tipo de dolor que ella
estaba sintiendo. Dolor del alma, algo
que nunca olvidaría. Tendría que tener
paciencia. Y no supo cual fue el momento
en que decidió que ya no quería seguir viviendo en Nicaragua, se iría lejos, a
cualquier país, no le importaba, Miguel había matado su alma. Lo bueno que habitaba en ella se había convertido en hiel, en algo
amargo y lo peor era que sentía odio por todas las mujeres, sobre todo por las
jóvenes y bonitas, en cada una de ellas
estaba empezando a ver la cara de una rival que le robaba el amor de Miguel. Verónica Victoria nunca conoció a Julissa
Sandoval ni la historia de amor que vivió con Miguel Lacayo, él nunca la volvió a mencionar ni a pensar en ella, tan intenso era el amor que sentía por su
novia que por un tiempo no tuvo pensamientos para otras
mujeres.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario