viernes, 2 de mayo de 2014

EL CASO No.2 DEL AÑO 2013 Entrada no.8

Todos estuvieron de acuerdo y hacia ahí nos dirigimos, el restaurante está a  unos minutos, saliendo del aeropuerto por la calle 42, Le Jeune rd y la 7 calle del N.W.  Junto a un edificio alto, de 10 pisos, con los vidrios negros, afuera tiene un toro negro de tamaño real.  Llegamos y estuvimos platicando animadamente, recordando nuestras vidas pasadas, poniendo al día  a Miguel como son las leyes de aquí con respecto a tomar y conducir, la forma de manejar, el uso del GPS, reiterarle que estoy a su orden para lo que se les ofrezca.  Tratando de ser amable con ellos. El almuerzo estuvo delicioso, las carnes venezolanas “a la llanera” no me hicieron quedar mal, a mis invitados les encantó la comida.

      Miguel me tenía confianza cuando estábamos en Managua, prefería salir conmigo, él era mi guía en esa ciudad que no conocía, tan difícil de conocer, sin señales de  tráfico. Era mi primer  año de estar ahí.  En Miami yo soy el que conoce y me toca devolverle el favor, servirle de guía.  Cuando terminamos de  almorzar, Miguel quiso pagar toda la cuenta, como cuando éramos jóvenes y yo no tenía dinero, cuando era dependiente de mi padre. Por  esta vez tuvo que aceptar que yo pagara la cuenta.  Después de un pequeño forcejeo verbal al fin me permitió hacerlo.

     Como ya lo habíamos acordado, tenía reservada una suite en el Holiday Inn que está cerca del expressway 836, muy cerca de donde estábamos comiendo.  En mi SUV Toyota equivalente al Toyota Prado de Nicaragua viajamos cómodamente.  La tía y la sobrina de Verónica se fueron para su casa.  No sin antes comprometerlos a que llegaran esa noche a conocer su casa y cenar mientras conversaban de la familia y muchos más temas interesantes. Llegamos al hotel y el camarero los condujo hasta su habitación,  yo me despedí de ellos en el vestíbulo con la promesa de que nos mantendríamos en contacto por si querían salir a conocer la ciudad.




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CAPITULO 3

      Regresé a mi apartamento como quien regresa de una batalla que ha ganado, estaba alegre, no podría decir que eufórico porque sería exagerar.  Me sentía relajado, en paz conmigo mismo, con dos o tres pesos menos de encima y sobre todo regresaba con la convicción de que les había causado una buena impresión. Retornaba al mismo papel que había desempeñado años antes, el de ser amigo de ellos pero esta vez con mi consentimiento, sin sentirme mal, sin desearla, sin envidiar la suerte de Miguel Lacayo.  En esas dos semanas que tenía libre les mostraría lo mejor de Miami, con seguridad vendrían a comprar, a visitar empresas para el negocio de alimentos enlatados, conozco en una pequeña ciudad del Oeste del  condado llamada Medley una compañía muy grande que vende contenedores de plástico, de metal, de cerámica, de todos los tamaños y especificaciones, con toda seguridad a él le iba a encantar visitar ese lugar.

     Lo que en ese momento no sabía porque no me lo había dicho, era que Miguel tenía otros intereses más personales. No solo por  negocios venía a Miami.  Como tampoco su hija Isabela estaba aquí solo a comprarse ropa bonita y a conocer lugares divertidos.  La única que desde que le dijeron que vendrían pensó solamente en la cantidad de vestidos bellos y elegantes que compraría fue Vevi.  Por medio de  internet ya tenía un catálogo de lo que compraría y  el lugar exacto donde las iba a comprar.  Y me tocó a mí llevarlo y llevarlas por separado a esos lugares que tanto les interesaba.

     Llegaron a Miami el martes, el miércoles anduve con Miguel recorriendo lugares estrictamente de negocios, fuimos a la compañía grande que vende contenedores, dicho con palabras usadas en Nicaragua: potes y vasos de plástico, de cristal, de lata.  También aprovechó para comprarse ropa elegante pero  informal, de hombre de mundo, casual, hasta compró lentes fotogray para estar a la moda y protegerse del sol.  El jueves fue lo mismo.  El viernes fuimos todos a la playa de Miami Beach y disfrutamos a plenitud de las bellezas naturales así como de las instalaciones que provee la  ciudad, y algo que no puedo olvidar.  El espectáculo.  Fue divertido ver a Miguel que como un niño al ver juguetes miraba  de reojo a las bellas muchachas de Miami, de Brasil y las infaltables europeas que sin ningún pudor se quitan el brasier y se quedan a como dicen aquí  “top less”, mostrando a quien quiera ver sus encantos femeninos, de forma gratuita, solo con el minúsculo bikini escaso de tela pero que al ser de diseñador cuestan una pequeña fortuna.  Tendidas en la arena bronceándose la espalda o bocarriba protegidas únicamente por los oscuros lentes de sol, por la crema bloqueadora y por las leyes americanas que las protege de cualquier maniático sexual al ver tan indefensas y confiadas víctimas.  Isabela las miraba con una mezcla de emociones y

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sentimientos, decía que ella nunca lo haría pero a la vez sentía envidia por la audacia que demostraban esas mujeres. Solo a Verónica Victoria le creía lo que decía, que eran unas descaradas enseñando lo que solo al marido se le enseña en la alcoba.  Y yo sin hacer comentarios, me lavaba las manos como Poncio Pilatos, había sido idea de la tía Estela de ir a la playa de Miami Beach, yo había pensado llevarlos al farito donde acuden las familias y no se permite ese tipo de comportamiento, pero ella se me adelantó.

     Nos llamó la atención un grupo de modelos, lindas, rubias, morenas y negras, flaquísimas todas, rodeadas de equipos de filmación y fotografía y la que más puso atención fue Isabela que no se perdía ningún detalle.  Al ver su interés le expliqué que donde estábamos es un lugar exclusivo a nivel mundial, donde acuden las modelos más cotizadas y famosas a tomarse fotos que después aparecerán en revistas del “jet set” o en videos de comerciales y que a esas modelos se les pagan miles de dólares.

     Terminamos nuestro paseo a la playa a las dos de la tarde. Yo  manejaba el carro de lujo que Miguel había rentado, regresamos al hotel donde se hospedaban a cambiarse de ropa.  La tía Estela los había invitado a visitar a una amiga de ella llamada Imelda Stuart, millonaria nicaragüense que vive en   Coral Gables, una de las ciudades más lujosas del Condado.  No sé qué pretexto usó Miguel  para eludir el compromiso, en vez de eso en cuanto se bañó y se cambio de ropa me llamó por teléfono y me preguntó si no tenía algún compromiso, había pensado visitarme y conocer donde vivo.  Cuando su esposa y su hija se fueron con la tía Estela, él también salió al estacionamiento del hotel, montó en  el lujoso carro  y se dirigió a mi casa. Con la ayuda del GPS a pesar que no conoce Miami llegó  sin ningún problema. Después que rápidamente le mostré la casa nos fuimos a la sala y estando ya sentados en el sofá  me dijo en un tono de picardía.

─ Me imagino que conoces lugares divertidos también.

Me tomó por sorpresa con su comentario.

─ ¿Te refieres a discotecas?  ¿O estas pensando en restaurantes que ofrezcan shows? o ¿Quieres conciertos?  ¿Lugares elegantes?  Camino a Miami Beach  está la Opera de Miami, hay teatros y museos.  Si quieres deportes, hay de todo.  Está el estadio de los Marlins de Miami, el Heat de Miami si quieres ver basquetbol, hay un torneo de tenis en Grandon Park donde están compitiendo tenistas de primer nivel o quizás quieras ver boxeo. Tú solo dime, también hay dos grandes casinos.

─ De seguro son buenos lugares, pero yo me refiero a otros un poco mas… picantes, vos sabés, lugares más para hombres, a como dicen aquí, «entretenimiento para caballeros».

Continúa en la entrega no.9


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