Todos
estuvieron de acuerdo y hacia ahí nos dirigimos, el restaurante está a unos minutos, saliendo del aeropuerto por la
calle 42, Le Jeune rd y la 7 calle del N.W.
Junto a un edificio alto, de 10 pisos, con los vidrios negros, afuera
tiene un toro negro de tamaño real.
Llegamos y estuvimos platicando animadamente, recordando nuestras vidas
pasadas, poniendo al día a Miguel como
son las leyes de aquí con respecto a tomar y conducir, la forma de manejar, el
uso del GPS, reiterarle que estoy a su orden para lo que se les ofrezca. Tratando de ser amable con ellos. El almuerzo
estuvo delicioso, las carnes venezolanas “a la llanera” no me hicieron quedar
mal, a mis invitados les encantó la comida.
Miguel
me tenía confianza cuando estábamos en Managua, prefería salir conmigo, él era
mi guía en esa ciudad que no conocía, tan difícil de conocer, sin señales
de tráfico. Era mi primer año de estar ahí. En Miami yo soy el que conoce y me toca
devolverle el favor, servirle de guía.
Cuando terminamos de almorzar,
Miguel quiso pagar toda la cuenta, como cuando éramos jóvenes y yo no tenía
dinero, cuando era dependiente de mi padre. Por
esta vez tuvo que aceptar que yo pagara la cuenta. Después de un pequeño forcejeo verbal al fin
me permitió hacerlo.
Como
ya lo habíamos acordado, tenía reservada una suite en el Holiday Inn que está
cerca del expressway 836, muy cerca de donde estábamos comiendo. En mi SUV Toyota equivalente al Toyota Prado
de Nicaragua viajamos cómodamente. La
tía y la sobrina de Verónica se fueron para su casa. No sin antes comprometerlos a que llegaran
esa noche a conocer su casa y cenar mientras conversaban de la familia y muchos
más temas interesantes. Llegamos al hotel y el camarero los condujo hasta su
habitación, yo me despedí de ellos en el
vestíbulo con la promesa de que nos mantendríamos en contacto por si querían
salir a conocer la ciudad.
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CAPITULO
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Regresé a mi apartamento como quien regresa de
una batalla que ha ganado, estaba alegre, no podría decir que eufórico porque
sería exagerar. Me sentía relajado, en
paz conmigo mismo, con dos o tres pesos menos de encima y sobre todo regresaba
con la convicción de que les había causado una buena impresión. Retornaba al
mismo papel que había desempeñado años antes, el de ser amigo de ellos pero
esta vez con mi consentimiento, sin sentirme mal, sin desearla, sin envidiar la
suerte de Miguel Lacayo. En esas dos
semanas que tenía libre les mostraría lo mejor de Miami, con seguridad vendrían
a comprar, a visitar empresas para el negocio de alimentos enlatados, conozco
en una pequeña ciudad del Oeste del
condado llamada Medley una compañía muy grande que vende contenedores de
plástico, de metal, de cerámica, de todos los tamaños y especificaciones, con
toda seguridad a él le iba a encantar visitar ese lugar.
Lo que en ese momento no sabía porque no
me lo había dicho, era que Miguel tenía otros intereses más personales. No solo
por negocios venía a Miami. Como tampoco su hija Isabela estaba aquí solo
a comprarse ropa bonita y a conocer lugares divertidos. La única que desde que le dijeron que
vendrían pensó solamente en la cantidad de vestidos bellos y elegantes que
compraría fue Vevi. Por medio de internet ya tenía un catálogo de lo que
compraría y el lugar exacto donde las
iba a comprar. Y me tocó a mí llevarlo y
llevarlas por separado a esos lugares que tanto les interesaba.
Llegaron a Miami el martes, el miércoles
anduve con Miguel recorriendo lugares estrictamente de negocios, fuimos a la
compañía grande que vende contenedores, dicho con palabras usadas en Nicaragua:
potes y vasos de plástico, de cristal, de lata.
También aprovechó para comprarse ropa elegante pero informal, de hombre de mundo, casual, hasta
compró lentes fotogray para estar a la moda y protegerse del sol. El jueves fue lo mismo. El viernes fuimos todos a la playa de Miami Beach
y disfrutamos a plenitud de las bellezas naturales así como de las
instalaciones que provee la ciudad, y
algo que no puedo olvidar. El
espectáculo. Fue divertido ver a Miguel
que como un niño al ver juguetes miraba de reojo a las bellas muchachas de Miami, de
Brasil y las infaltables europeas que sin ningún pudor se quitan el brasier y
se quedan a como dicen aquí “top less”,
mostrando a quien quiera ver sus encantos femeninos, de forma gratuita, solo
con el minúsculo bikini escaso de tela pero que al ser de diseñador cuestan una
pequeña fortuna. Tendidas en la arena
bronceándose la espalda o bocarriba protegidas únicamente por los oscuros
lentes de sol, por la crema bloqueadora y por las leyes americanas que las
protege de cualquier maniático sexual al ver tan indefensas y confiadas
víctimas. Isabela las miraba con una
mezcla de emociones y
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sentimientos,
decía que ella nunca lo haría pero a la vez sentía envidia por la audacia que
demostraban esas mujeres. Solo a Verónica Victoria le creía lo que decía, que
eran unas descaradas enseñando lo que solo al marido se le enseña en la
alcoba. Y yo sin hacer comentarios, me
lavaba las manos como Poncio Pilatos, había sido idea de la tía Estela de ir a la
playa de Miami Beach, yo había pensado llevarlos al farito donde acuden las
familias y no se permite ese tipo de comportamiento, pero ella se me adelantó.
Nos
llamó la atención un grupo de modelos, lindas, rubias, morenas y negras,
flaquísimas todas, rodeadas de equipos de filmación y fotografía y la que más
puso atención fue Isabela que no se perdía ningún detalle. Al ver su interés le expliqué que donde
estábamos es un lugar exclusivo a nivel mundial, donde acuden las modelos más
cotizadas y famosas a tomarse fotos que después aparecerán en revistas del “jet
set” o en videos de comerciales y que a esas modelos se les pagan miles de
dólares.
Terminamos nuestro paseo a la playa a las
dos de la tarde. Yo manejaba el carro de
lujo que Miguel había rentado, regresamos al hotel donde se hospedaban a
cambiarse de ropa. La tía Estela los
había invitado a visitar a una amiga de ella llamada Imelda Stuart, millonaria
nicaragüense que vive en Coral Gables,
una de las ciudades más lujosas del Condado. No sé qué pretexto usó Miguel para eludir el compromiso, en vez de eso en
cuanto se bañó y se cambio de ropa me llamó por teléfono y me preguntó si no tenía
algún compromiso, había pensado visitarme y conocer donde vivo. Cuando su esposa y su hija se fueron con la
tía Estela, él también salió al estacionamiento del hotel, montó en el lujoso carro y se dirigió a mi casa. Con la ayuda del GPS a
pesar que no conoce Miami llegó sin
ningún problema. Después que rápidamente le mostré la casa nos fuimos a la sala
y estando ya sentados en el sofá me dijo
en un tono de picardía.
─
Me imagino que conoces lugares divertidos también.
Me
tomó por sorpresa con su comentario.
─
¿Te refieres a discotecas? ¿O estas
pensando en restaurantes que ofrezcan shows? o ¿Quieres conciertos? ¿Lugares elegantes? Camino a Miami Beach está la Opera de Miami, hay teatros y museos. Si quieres deportes, hay de todo. Está el estadio de los Marlins de Miami, el
Heat de Miami si quieres ver basquetbol, hay un torneo de tenis en Grandon Park
donde están compitiendo tenistas de primer nivel o quizás quieras ver boxeo. Tú
solo dime, también hay dos grandes casinos.
─
De seguro son buenos lugares, pero yo me refiero a otros un poco mas… picantes,
vos sabés, lugares más para hombres, a como dicen aquí, «entretenimiento para
caballeros».
Continúa en la entrega no.9
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