CAPITULO 4
El sábado nos despertamos a las 8 de la
mañana, nos bañamos, desayunamos y él llamó para decir que llegaríamos a las
once. Su esposa dijo que Isabela quería
ir a Miami Beach.
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Nada más de saberlo a Miguel la resaca se
le agudizó, él pensaba llegar al hotel y dormir por lo menos hasta las 4 de la
tarde. Al notar el problema, amablemente
me ofrecí a llevarlas yo mismo, a lo cual me respondió
dándome las gracias y diciéndome que me debía un favor, que la cabeza le
estallaría en cualquier momento.
Así fue, llegamos al hotel casi en la hora
que había dicho. Cuando llegamos fuimos
recibidos por Vevi e Isabela vestidas con ropa de estar en casa.
Después de saludarnos, contar los percances de la noche anterior,
Isabela me preguntó.
─
Don Ariel queremos ir a Miami Beach, mi papá dice que está indispuesto y que
usted nos hará el favor de llevarnos. Le
pregunto ¿Qué clase de lugar es, cómo debemos ir vestidas?
Busqué rápidamente en los archivos de mi
memoria y los pensamientos los convertí en palabras para contestar a la
pregunta que Isabela me acababa de hacer…
─
Miami Beach es el sitio de moda de la ciudad, es donde viene gente de todo el
mundo, por diferentes motivos, sobre todo jóvenes. Antes solo habitaban ancianos jubilados pero eso
cambió hace algunos años, ahora es donde va la gente “cool” como dicen en
ingles. Sobre todo Ocean Drive, son 10 cuadras, a un lado está la playa y el otro está lleno
de restaurantes finos, con mesas al aire libre, en las aceras. Los vehículos pasan despacio para ver a los
que están caminando, comiendo, también para ser vistos. La gente, sobre todo los jóvenes ricos llevan
sus carros y motocicletas de lujo, vehículos exóticos, antiguos, fuera de
serie. Luciendo sus mejores trajes,
joyas, mostrándose ellos mismos, buscando conquistar a alguien o ser
conquistados. Viene mucha gente
importante, de los medios de comunicación, modelos, artistas, ricos y famosos.
─
Me deja impresionada con esa descripción.
Pero me da una idea de cómo tendré que vestir. Si nos espera unos minutos, nos iremos a
cambiar de ropa.
─
¿Y yo cómo cree que deba ir vestida?
─ preguntó Verónica Victoria.
─
Estoy seguro que de cualquier forma usted estará bien vestida, pero el ambiente
es de playa, caminar, comer, estar relajados.
Sonrió y dijo que ya tenía en mente lo que
se pondría. Y los minutos se hicieron 30
y después 60, minutos que a Miguel se le hicieron eternos, quería que nos fuéramos y poder dormir por lo
menos hasta bien entrada la tarde.
Cuando al fin estuvieron listas y salieron a la sala de la suite del
hotel, me quedé con el piropo a punto de salir de la boca pero no sería
correcto ya que se trataba de la familia de mi amigo ahí presente. Estaban deslumbrantes. Isabela, con sus 17 años, vestida con una
blusita corta, de botones, amarrada en
el vientre al estilo campesino, con un short de azulón a media pierna y un
sombrero de mujer vaquera, con
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tacones
no tan altos y maquillada de forma leve.
Su madre había escogido un vestido de una sola pieza de manta fina, crema,
muy tropical, con un sombrero ala ancha de un material sintético que la
protegería del sol floridano, con sandalias de cuero trenzadas hasta la mitad de la pantorrilla,
ambas con finos lentes de sol. Dos
mujeres bellas en diferentes momentos de sus vidas.
Y yo vestido con un pantalón de azulón y
una camisa de lino color beige, zapatos bajos de cuero negro igual que el
cinturón y los obligados lentes contra el sol, para evitar que se formen
arrugas alrededor de los ojos y para proteger la vista de los rayos
ultravioleta.
Llegamos al estacionamiento y nos
dirigimos al carro en el cual haríamos el recorrido, esa vez estaba usando el
Ford Mustang deportivo, recién estrenado, bello, listo para impresionar a dos
distinguidas damas.
─
¡Qué bonito su carro!! Está precioso.
Fue lo que dijo Isabela al ver cuál es mi
carro, orgulloso le contesté.
─
Gracias Isabela, a mí también me gustó mucho cuando lo miré en la agencia de
carros y no pude resistir la tentación de comprarlo.
─
Debe ser muy rápido….
─ Claro, hace las 60 millas en menos de 10 segundos.
─
De verdad, está muy bonito ─ dijo Vevi al tiempo que lo recorría con la mirada.
Entramos al carro deportivo convertible,
Isabela ocupó el asiento del pasajero, Vevi el de atrás y partimos del hotel,
tomamos el 836 hacia el Este, rumbo a Miami Beach. Pasamos la zona de peaje el cual pagamos
electrónicamente, sin que tuviéramos que pararnos a como se hacía el año
pasado, subimos la cuesta artificial más alta del condado, el puente sobre el rio
Miami, desde arriba en un ángulo de 360
grados se podía observar una vista extraordinaria de la ciudad, por los cuatro
puntos cardinales se pueden ver altos y hermosos edificios, pero sobre todo al
Sur-Este, en lo que aquí se le llama el downtown, el centro de la ciudad, donde
hay decenas de altos edificios unos junto a otros, como si fuera el hermano
menor de Manhattan de Nueva York, tanto a la derecha como a la izquierda se
puede ver el rio Miami por donde pasan barcos medianos que viajan al Caribe. También
se pueden apreciar las vías elevadas, llamadas “spaguetis” formando cruces en
diferentes niveles. Continuamos derecho
y pronto estábamos viendo el mar y más edificios, les dije que los que se
miraban a lo lejos son los de Miami Beach.
Les mostré el túnel que comunica la AIA, que es la calle por donde
viajábamos en ese momento y el puerto de Miami.
A la derecha mirábamos, como si se tratara de un tren gigantesco los 6 “cruceros”,
barcos inmensos que hacen los recorridos por
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el
Caribe, México, Centroamérica y otras partes del mundo. Dos de ellos estaban a
punto de partir y cientos de pasajeros en el último piso de arriba se alineaban
en las barandas y decían adiós al tráfico que iba o salía de Miami Beach. Por donde se posa la vista se obtienen fotos
para postales. A pesar de los muchos años viviendo en el Condado, nunca me
canso de admirar ese paisaje, a la izquierda las islas artificiales, habitadas
por famosos, por millonarios que pueden pagar el precio por esas mansiones y no
hablamos de unos pocos millones, sino de más de 10. Antes de llegar a Miami Beach a la izquierda
pudimos ver el ferry que lleva los carros hasta Fisher Island que no tiene
ningún puente que la una a la tierra, no por falta de recursos, sino por
exclusividad, no quieren curiosos que vean cómo viven los privilegiados, por un
talento, por una herencia, y todos por la buena suerte, aunque haya quien diga
que la suerte no existe.
Mis dos acompañantes mirando extasiadas el
paisaje urbano, el aire fresco acariciando sus caras, sintiendo el cabello
volar como banderas azotadas por el viento.
Su primera visita a Miami “la capital del sol”. Sus viajes anteriores habían sido a Panamá, Ecuador y
Venezuela, lugares muy bellos también, con sus particulares encantos. Llegamos al fin a las primeras calles de la
ciudad y doblé a la derecha en Alton Rd. Viajamos al sur hasta South Pointe Dr.
Luego hice una izquierda y seguimos recto, pasamos al pie del Portofino, un
alto edificio de condominios de lujo, llegamos hasta Ocean Dr., hice otra izquierda
y viajamos hacia el norte. Después de la
5th calle empieza el paseo de Ocean Dr., el lugar ya mencionado, donde la gente
“linda de Miami” lleva a mostrar sus lujosos carros, motos Harley Davinson,
carros de medio millón de dólares o a mostrar la bella novia o el apuesto novio,
porque ahora también las mujeres tienen fortuna y buscan novios a su medida.
Lo “in” es pasar despacito, sintiéndole
gusto, dejarse admirar, provocar envidia y sentirla también porque siempre hay
alguien que está arriba de uno. Y ahí estaba yo, en mi carro deportivo, recién
estrenado, recién divorciado, con dos bellezas a mi lado, sintiéndome observado
por los turistas y locales, por las meseras que con sus bandejas recorren las
aceras convertidas en restaurantes al aire libre. En la parte de abajo de edificios medianos
estilo «Art Deco ». Lentamente fuimos
pasando y al final llegamos hasta la calle 14 th donde doblamos a la izquierda,
dejando atrás la joya de la corona de Miami Beach. Busqué un lugar donde estacionar
el carro y después regresamos caminando hasta Ocean Dr. Esta vez como peatones,
caminando despacio, observando todo alrededor, esquivando a turistas que se
dirigen en traje de baño hacia la playa donde ya habíamos estado, donde las
mujeres más audaces se quitan los sujetadores o portabustos y se broncean todo
el cuerpo.
Llegamos
a la famosa avenida y nos confundimos con la gente, a esa hora, un poco más de
la una de la tarde el tiempo era propicio para escoger un restaurante y
almorzar al aire libre, fue lo que hicimos, disfrutamos de exquisitos mariscos
y vinos de la mejor calidad. No tenía
planeado esa tarde mostrarme tacaño con tan especiales acompañantes y en todo
momento
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me
mostré atento y caballeroso con la familia de mi amigo. Al terminar de comer nos acercamos a un grupo
de músicos que tocaban al otro lado de la calle, a cada momento pasaban
esculturales jóvenes de ambos sexos en patinetas o en bicicletas. Después caminamos unos cuantos metros hacia
el Este y llegamos a un puente peatonal que corre paralelo a la playa y ahí
estuvimos contemplando el mar, viendo romperse las olas, a los intrépidos
veraneantes volar en paracaídas halados por cuerdas unidas a lanchas con motor fuera de boda.
La vida marina en todo su esplendor.
Mejor tarde no podíamos estar pasando.
Y fue en ese momento en que Vevi me empezó
a contar como habían pasado la noche anterior, en casa de la amiga de su tía,
la millonaria Imelda Stuart que vive en Coral Gables, cerca del mar.
…. Llegamos a la casa. No, no, rectifico… el
nombre apropiado es “mansión”. Grande,
con 5 cuartos y 5 baños, una piscina inmensa, palmeras y arboles decorativos,
césped y jardines muy bien cuidados.
Garajes para 3 carros, que estaban estacionados como cuando están a la
venta en las agencias, limpios y pulidos, de marcas lujosas y fabricación
reciente. Ariel… ─ me dijo Vevi con
admiración ─ esa mansión es una belleza,
en Nicaragua no he visto una así y lo
que más me sorprendió es que la dueña es una mujer de mi edad. Es viuda de un americano, por eso el apellido,
aunque no pude saber cuál era el que tenía cuando era soltera. Tampoco habló sobre la forma en que se gana
la vida, no habló de sus negocios. Mi tía
la conoce porque hace algún tiempo le hizo unos trabajos decorativos precisamente
de esa casa. Pasamos la tarde y parte de
la noche muy agradable, aunque algunas veces me dio la impresión de que esa
señora quería ostentarnos su dinero. Y cuando le dije que mi esposo se llama
Manuel Miguel Lacayo se le cayó al piso la copa en la que estaba tomando, me
pareció que por un momento se puso nerviosa, mi tía también la notó ligeramente
alterada y se lo preguntó, pero ella contestó que no pasaba nada….después me
preguntó por qué mi esposo no andaba con nosotras y le conté que andaba con
vos, que sos amigo desde el colegio La Salle en Managua. Por cierto, me preguntó cómo te llamas…yo le
dije tu nombre completo, Ariel Andrés Mejía, me pareció como si ese nombre le
recordara algo y cuando se lo pregunté dijo que nunca lo había escuchado. Después hablamos de otras cosas…..
En ese momento intervino Isabela.
─
¿Te acuerdas mami que después de ese momento pareció interesarse en mí? Me
observó detenidamente, me hizo varias preguntas sobre lo que hacía, lo que
estudiaba y como yo no le oculto a nadie que quiero ser modelo, actriz o
cantante, aunque ustedes se opongan, ella me dijo que siguiera lo que dijera mi
corazón. Interpreté eso como que me apoyaba en mis deseos.
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Luego continuó hablando Vevi.
─
Eso fue lo único fuera de lo común, después sirvieron la cena, que estuvo
deliciosa, seguimos hablando de cosas sin importancia y a eso de las 8 de la
noche nos fuimos. A propósito. ¿Dónde
estuvieron anoche? Era la una de la
mañana cuando hablé con Miguel
─
Anduvimos viendo un partido de los Dolphings y al regreso hubo un fatal
accidente de tránsito que nos demoró mucho tiempo.
De
pronto Isabela pareció acordarse de algo y su cara se iluminó al decirme lo que
tenía en mente. Viendo por un momento a
su mamá, después me dijo.
─
Ariel ─ ya no me decía don Ariel ─ de mañana en 8 días mi hermana mayor está de
cumpleaños y…..no sé si mi papá ya se lo ha mencionado, pero nos gustaría que
fuera a Managua. ¿Verdad mamá? Si es que tiene tiempo, si no tiene otro
compromiso.
─
Claro hija, nos gustaría que fuera al cumpleaños de nuestra hija. Oficialmente lo estoy invitando. ¿Tiene tiempo libre?
─
Yo encantado, tengo dos semanas libres y algún tiempo de no ir a Nicaragua. ¡Me
uno a la celebración del cumpleaños de su hija ¡ ─ dije con entusiasmo ─ Y si no es indiscreción, me gustaría saber su
nombre, ya saben, por eso del regalo y la tarjeta.
─
Ninguna indiscreción Ariel, se llama Jenny Belinda Lacayo─ dijo Vevi ─ y no es
ninguna vieja como dice algunas veces
Isabela, apenas tiene 20 años y está en el último año de la universidad, tiene
el mismo tamaño mío pero más delgada.
De un momento a otro estaba invitado a un
cumpleaños en Nicaragua. Estaba funcionando lo que mi padre me había
enseñado, que las amistades y contactos se hacen desde cuando uno es joven,
cuando se está estudiando, porque esos estudiantes en el futuro serán las personas
que ostentaran el poder, las
oportunidades de trabajo y de negocios.
Continuamos en Ocean Drive, caminando,
viendo lo interesante del lugar más “hot” del Sur de la Florida. La tarde
estaba muriendo y las primeras sombras de la noche estaban haciéndose
presentes, la gente que mirábamos en las calles ya iban vestidas de forma
diferente, eran los que iban temprano a los Night Clubs, a los restaurantes que
presentan shows, y sobre todo a las discotecas, que son muchas, frecuentadas
por gente famosa, tanto así que les pagan para que estén presentes y atraigan a sus fans
que llegarán con la intención de obtener autógrafos y fotografiarse al lado de
ellos. Nosotros no estábamos preparados
para discotecas. Y eso se lo hice saber
a las dos, les conté que en la florida es un gran delito tener problemas de
índole sentimental con menores de edad, y que la mayoría de edad es a los 18 años.
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Pero en ese momento me dijeron que el hijo
de su tía es un muchacho de 22 años y le encantan las discotecas, seguramente
con él vendrían al día siguiente.
El paseo
terminó cerca de las 9 de la noche, regresamos al estacionamiento y en menos de
media hora estábamos de regreso al hotel donde Miguel conversaba con unos
amigos que a su vez también estaban de visita en Miami. Cambiaron el tema cuando nos vieron llegar.
El domingo no salimos juntos, todo ese día lo
dedicaron a visitar a la familia de Vevi y por la noche, Isabela junto al hijo
de la tía Estela fueron a las discotecas de Miami Beach. El lunes
estaba reservado para hacer
compras de última hora, regalos a familiares, amigos y especialmente para la
cumpleañera. El martes era el día del
regreso, el vuelo estaba programado a que saliera a las cuatro de la tarde, por
lo que estuvieron en el aeropuerto a las dos para tener tiempo de registrar las
maletas. Estuve presente en el momento
en que se despidieron para chequear las maletas de mano y después los perdí de
vista. Pero antes habíamos estado
platicando de lo que habían vivido en Miami, les encantó la ciudad, prometieron
volver, me agradecieron lo que hice por ellos y pusieron énfasis en que no
debería faltar a la fiesta de cumpleaños de Jenny Belinda el próximo domingo en
su casa de Las Colinas en Managua. De esa forma había terminado una semana
llena de emociones encontradas, de diversión como hacía un tiempo que no tenía
y sobre todo, la emoción de que el sábado siguiente estaría de regreso al país del que procedo a una fiesta que prometía
tener muchas más emociones.
Regresé al apartamento. Durante el camino
venía pensando en el regalo que le llevaría, muchas ideas pasaban por mi mente
y las descartaba casi de inmediato. Ropa, no estaba al tanto de la moda en
Managua. Zapatos, no sabía sus medidas.
Perfumes, no sabía sus gustos.
Joyas, apenas la iba a conocer. ¿Qué se le podía regalar a una muchacha
hija de gente rica? Hasta que se me ocurrió comprar una Ipad que recién había
salido al mercado, con ella estaba seguro que la impresionaría porque en todo
el mundo la gente hizo fila la semana
anterior para obtener una, era lo último en tecnología, llegué a la conclusión
que sería el mejor regalo. Efectivamente
esa misma noche salí a comprarla.
También tenía que comprar ropa adecuada al calor de Managua y todo lo
que me hiciera falta.
Al día siguiente reservé los boletos para
viajar el sábado y también hice la reservación para alquilar una Toyota Prado
por una semana, con todos los seguros incluidos. Sin olvidar la reservación del hotel también
por una semana, ya que mi madre había vuelto a Matagalpa de donde es originaria,
con quien tenía planeado estar unos días durante mi estadía en Managua.
Tiempo después me di cuenta que Isabela
llegó hablando cosas buenas de mi, que era muy atento, caballeroso, guapo, que sabía tratar a las damas y no sé
cuantas cosas más, lo cual me fue de gran ayuda cuando estuve en la casa de
ellos.
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Continúa
en la entrega no.14
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