CAPITULO 5
Los tres días de la semana anteriores al
sábado pasaron volando y pronto me estaba despertando en la mañana del día en
que debía viajar. Lo cual era casi de rutina por el carácter de
mi trabajo. Ya tenía listo todo lo
necesario y a las dos de la tarde estaba en el aeropuerto registrando las
maletas, después estuve dando vueltas por la terminal y faltando un hora pasé a
la sala anterior a donde se toman los aviones.
A la hora programada estábamos despegando rumbo a Managua en vuelo
directo.
El vuelo transcurrió sin ningún problema,
las dos horas que duró el vuelo las dediqué a leer cuanta revista estaba en el
avión, hasta la que tiene los artículos en venta. A las personas que somos ávidos lectores todo
lo que contenga letras es material de estudio.
De pronto el avión empezó a
descender y los oídos me empezaron a doler, para eso siempre tengo mis chiclets y los
empecé a masticar rápidamente, de esa forma disminuye el dolor en los
oídos. Ya miraba los techos de las casas de
Managua, el lago, los volcanes, la carretera panamericana que lleva a Matagalpa y la carretera hacia Boaco,
bajó más y más hasta que las ruedas hicieron contacto con la pista y al
final el avión se detuvo entre los
aplausos de la gente agradecida del piloto por llevarnos sanos y salvos. Salimos del avión y realizamos los trámites
de rigor, salí a la sala principal donde recogimos las maletas y luego pasamos
por la aduana, después fui al lugar donde firmé los documentos para que me
dieran el vehículo.
Al
poco tiempo estaba dejando el aeropuerto Internacional Augusto César Sandino en
una flamante Toyota Prado de color beige todavía con olor a nueva. Tomé la Carretera Norte hasta la Pista de la
Resistencia que me llevaría a la Carretera a Masaya y después llegué al Hotel
Las Colinas donde pasaría la noche. Al
igual que Miguel que se hospedó en un hotel y no se quedó en mi apartamento yo
también preferí hacer lo mismo para
tener privacidad, irme a dormir a la hora que quisiera, levantarme a la hora
que me diera la gana, en fin quería libertad.
No los llamé esa noche, pensé que tendrían suficientes apuros preparando
las condiciones para la fiesta y no quise causarles incomodidades. Al día siguiente, el domingo si los llamé y
les pregunté a qué hora seria la fiesta y la dirección para llegar a su casa. Me
dijo Miguel que la recepción empezaría a las 2 de la tarde con un asado en el
patio y que después partiríamos el pastel, cantaríamos el feliz cumpleaños y más tarde el que quisiera bailar lo podía hacer ya que habría un disc jockey. Eso me
daba tiempo suficiente para arreglarme y encontrar la dirección. A las doce y media ya estaba listo, con un
pantalón de vestir color azul oscuro y una camisa manga larga amarillo claro,
me sentía a gusto y seguro de mi mismo, aunque no conocía a nadie, más que a
los dueños y a una de las hermanas,
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solo
me faltaba por conocer al hermano y a la cumpleañera. Pensaba que estaría
presente buena parte del la gente del primer nivel de la sociedad de Managua,
que al fin tendría tiempo de conocerla, a como me decía mi padre, «a ese tipo
de gente solo se la conoce en este tipo de eventos».
El
hotel y la casa de los Lacayo están en uno de los mejores barrios de Managua,
donde están muchas de las embajadas acreditadas en Nicaragua, cerca de la
carretera a Masaya. No me fue difícil
encontrarla y era tal y como me la imaginaba.
Grande, señorial, bien arreglada, con un gran portón eléctrico y una muralla
de piedras canteras alrededor de todo el perímetro que incluye la casa y el
solar. Cuando llegué al portón llamé por
teléfono a Miguel diciéndole que ya estaba ahí, sin invitación porque cuando
estuvieron en Miami no las tenían todavía.
Dio la señal al vigilante que me dejó libre la entrada. Entré al espacioso solar y estacioné la
camioneta junto a carros Mercedes Ben, Prado y otras camionetas de lujo. Vino a mi encuentro Miguel y con un gran
abrazo me dio la bienvenida, me llevó a la sala principal donde ya todo estaba
listo para la gran fiesta. Ahí encontré
a Vevi, bella y elegante como siempre, vestida como una reina, me dio la bienvenida
y se puso a la orden para lo que quisiera, con una calidez como si fuéramos
grandes amigos, pero tuvo que irse rápidamente por que la requerían en otro
lado, también Miguel tuvo que ausentarse cuando vio que Isabela entraba a la
sala y como ya nos conocíamos nos saludamos efusivamente, ella vestida como toda
una señorita, elegante en su vestido fino comprado en las mejores tiendas de
Miami. Estaba agitada también, los
primeros invitados ya estaban llegando, sobre todos los extranjeros que son más
puntuales, entre ellos habían algunos Cónsules y Embajadores.
Estábamos
en la sala de aquella mansión de Las Colinas, yo admiraba la decoración y las
fotografías que toda familia cuelga de las paredes. Fotos del matrimonio
de Miguel y Vevi, de Isabela con su hermano, de pronto…una de las puertas que dan a la sala
se empezó a abrir y de ella salió como si bajara del cielo una linda y joven
dama. Con la mayor naturalidad del mundo Isabela dijo.
─
Y aquí está la cumpleañera ─ haciendo una reverencia como si de una princesa se
tratara anunció ─ ¡Jenny Belinda Lacayo!
Jenny
Belinda Lacayo, cumpliendo 20 años ese día.
Estábamos cerca de la puerta y al abrirse, fui yo la primera persona que
ella vio, nos miramos de frente, no había otro lugar donde ver más que aquellos
lindos ojos azules que también me miraban intensamente. Al verla no pude evitar pensar…oh my God…oh
my God., dos veces, no podía creer lo que estaba viendo, en mis tantos años de
vida no había recibido una sorpresa más grande y no podía ocultarlo, ni
quería. Me quedé mirando a Jenny Belinda
como si hubiera visto la aparición en persona de la virgen de Guadalupe, con
una expresión de perplejidad, de admiración, de encantamiento y de embeleso, todo
era tan extraño, tan irreal, sentí que mi
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cara
se ponía caliente y el corazón agarraba velocidad, que palpitaba a mil revoluciones
por minuto, el impacto que aquella muchacha me había causado era como si
hubiera recibido la noticia de que me había ganado el premio más grande de la
lotería, un impacto estremecedor pero agradable, un frio en el estómago seguido
de oleadas de calor que me recorrían el cuerpo, igual a los que años atrás en
la Salle había sentido al ver a Verónica Victoria, como cuando por primera
y única vez había sentido lo que el
verdadero amor produce. Y el rostro de Jenny Belinda al ver el mío también se
empezaba a teñir de rojo a como decían que se pondría la luna la madrugada del
15 de Abril del 2014 y sus ojos brillantes no se apartaban de los míos, como si
no existiera nadie más que los dos en ese momento, la presencia de Isabela ni
se notaba, en un instante había pasado a ser invisible y la única presencia en la casa era la de Jenny Belinda y la mía. Que casos más extraños le pasan a uno en la
vida. La causa de todo mi asombro y de
la multitud de emociones que estaba sintiendo era porque ella era la “copia al
carbón”, un clon de Verónica Victoria, del tiempo en que la conocí, de cuando
ella tenía la misma edad de su hija en ese momento, el mismo tamaño, las mismas
facciones, el mismo color de ojos, las expresiones, con pequeñas diferencias
que en ese momento nos las miraba. Pensaba
que ya no sentía amor por Vevi cuando la vi en el aeropuerto de Miami con casi
40 años, con el rostro diferente, pero en ese momento al ver aquella joven, con
el rostro de ella de hacía más de 20 años, todas las emociones que tenía
reprimidas volvían a tener vigencia, a vibrar de la misma manera, porque
la tenía al frente de mí con su olor a perfume caro y exquisito, sentía
su presencia, ella me estaba viendo también de manera intensa a como yo la
miraba. El amor estaba en el aire, casi
que se podía tocar. Y mi corazón en ese momento no podía distinguir si el amor
que sentía era por Jenny Belinda o por Verónica Victoria. En un instante desapareció todo alrededor a
nosotros. Nos sacó de aquel embrujo la
voz que se oía lejana de Isabela al darse cuenta del preciso instante en que su hermana
mayor cuando cumplía los 20 años se estaba enamorando locamente de mí y por las
apariencias yo también de ella.
─
Hey…hello…yo también estoy aquí….¿Ya se conocían o qué? ¿Ya se enamoraron verdad? No lo nieguen que lo vi todo.
Y
dirigiéndose a su hermana le preguntó….
─
¿Es guapo verdad? Ya te lo había dicho hermanita…¿Y sabes qué…? Me gusta para cuñado.
Hasta
ese momento Jenny reaccionó y regañó a su hermana menor.
─
Cállate Isabela, vos siempre metiendo la cuchara donde no te llaman.
─
No te enojes hermanita, sabes que te
conozco, nunca te habías enamorado de alguien…hasta ahora, todo tiene su tiempo…no tengas pena.
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Volviéndose
a mi Jenny me dijo.
─
No le haga caso Ariel, mi hermana está medio loca, dice cada tontería….
Y
yo también en ese momento volvía a poner los pies en la tierra.
─
Entonces tú eres Jenny Belinda, tu hermana me habló bien de ti pero no te conocía.
Eres muy linda…feliz cumpleaños, que seas muy feliz…
A continuación me acerqué y le puse las manos
en los hombros para darle un beso en la mejía, y al hacerlo no pudo evitar un
ligero temblor en el cuerpo y yo tampoco un leve estremecimiento al sentir
entre mis manos aquel cuerpo frágil y delgado, oler de cerca el perfume
delicioso como el que emanaría una diosa
del Olimpo griego. Y al separarnos noté
que todavía andaba en la mano el regalo que le traía. Con cálida voz le dije.
─
Esto es para ti, espero que te guste.
Ella
tomó mi pequeño y flaco regalo entre sus manos, pensando quizás que se trataba
de un libro, con su bella y sensual voz me dijo.
─
Gracias…. y gracias también por venir.
Después entraron más personas a la sala,
Jenny tomó mi regalo y se dirigió a la mesa donde estaban agrupados los otros que sus amistades le habían llevado, luego se
dirigió al patio donde estaba la barbacoa y los invitados, me invitó a que saliéramos. Me dirigí donde
los hombres que en grupos estaban platicando, oyendo música ranchera, predominaban miembros del club hípico de
Managua. Me encontré solo por unos
momentos y al ver eso, Miguel se encargó de presentarme algunos de sus amigos, pronto me integré a la conversación,
contestando preguntas sobre mi origen, riendo los chistes de los que nacieron
con el don del sentido del humor, escuchando las hazañas equinas y taurinas,
hasta que empezaron a conversar de los
acontecimientos actuales sobre los cuales ya podía participar. Jenny andaba en todos los grupos, recibiendo
los afectos de sus amigos, sus compañeros de estudios y jóvenes de su edad. Después llegó el momento de servir la comida,
estilo buffet, servida en varias mesas que habían sido juntadas para agrandar
el espacio. En un barril de plástico
lleno de agua, junto al hielo nadaban como si fueran delfines una gran cantidad
de botellas de cervezas procedentes de diversos países, las nacionales Toña y
Victoria compartían piscina con las mexicanas Corona, la gringa Budweiser, las
alemanas Beck y Heineken, elixir para
todos los gustos. Fuera del agua, dando
la impresión de ser un conglomerado de altos edificios en una mesa se
encontraban cuadradas botellas de Ron, redondas de Vodka y Tequila, bajas y obesas botellas de
Brandy. Representando dignamente
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al
país estaban la Flor de Caña más añeja, junto a otras de más reciente cosecha
hasta llegar a la humilde Ron
Plata. Toda una orquesta de licores.
Estaba presente buena parte de la sociedad
de Managua, si hubiéramos estado en los años 40s todos estarían usando
sombreros negros de copa alta, se notaba en su forma de vestir,
en la seguridad con que hablaban, los apellidos que escuchaba cuando me
los presentaban.
Pero ya todas esas personas
inexplicablemente habían pasado a segundo plano. Contrariamente a lo que había
pensado antes de llegar a la casa, que era
salir de esa fiesta con buenos contactos, conocer personas del primer
nivel de Managua, gente influyente, para hacer negocios y tenerlos como
clientes de mi agencia. Desde el momento
en que miré los ojos preciosos como el cielo de Jenny Belinda Lacayo, la
anfitriona de aquella fiesta todos mis pensamientos habían quedado atrapados en
su sonrisa, en su mirada, en su voz. Y
aunque quería ejercer autoridad sobre mis ojos, estos me desobedecían y no se
estaban quietos hasta que no encontraban la figura angelical de la ahora dueña
de mi corazón y sentimientos. La
descubría hablando y dándoles la bienvenida a desconocidos, amigos de ella, recibiendo
sus regalos, sonriendo aquí y allá. Ignorándome, aún sabiendo que mis ojos no se
apartaban de ella. Y estaba pasando algo
inexplicable para mí, buscaba palabras para conversar con aquella gente
desconocida, pero solo encontraba lagunas mentales, no las palabras adecuadas
para tener una conversación coherente.
Me sentía como el primo de pueblo llegado por primera vez a la ciudad. Aprovechando no se qué pretexto me separé del
grupo y me acerqué a la mesa de las
botellas y me serví una pequeña copa para sosegar mis inquietudes.
Y en uno de tantos momentos en que madre e
hija estuvieron juntas, se produjo en mí un hecho extraño, al frente estaban
las dos mujeres que hasta ese momento habían significado mucho en mi vida. En
diferentes épocas. Miraba a Vevi, con su rostro de mujer adulta y no sentía
nada, ningún sentimiento, indiferencia total, a como debería ser, después miraba a su hija y era el rostro que a
mi corazón hacía vibrar, por quien sentía aquel intenso y sublime amor, luego
miraba otra vez a la madre, nada, después a la hija y otra vez, amor verdadero,
era como tener entre mis dedos el interruptor de una bujía, que al subirlo, la
luz se enciende y al bajarlo, la luz se apaga.
Definitivamente
era el rostro joven, el que antes fue de la madre y en ese momento de su hija,
el rostro inédito, sin ninguna historia el que yo adoraba, era como tener un
libro con todas las páginas en blanco,
para empezar a escribir, desde la primera página, la historia de
nuestras vidas, con recuerdos y vivencias que con el tiempo iríamos anotando. De algo estaba seguro…. como sería Jenny
Belinda cuando tuviera 40 años, solo tenía que ver a Vevi, pero
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no
me importaría que envejeciera, porque lo
haría poco a poco, segundo a
segundo, sin que yo notara la diferencia,
envejeciendo junto con ella.
Llegó el momento en que le cantamos el
«feliz cumpleaños», que pidió un deseo y apagó las velas, cuando partió el
pastel y la felicitamos. Después en la
sala empezó a sonar la música. Fue idea
de Isabela que su hermana bailara un vals como primera pieza, después me buscó
entre la gente y me llevó al centro para que fuera yo él que tuviera el
privilegio de bailar con la cumpleañera.
Y a partir de ese momento aquella canción
pasó a encabezar la lista de las canciones que bailamos esa noche, que como escritas con letras de fuego quedaron
marcadas en nuestros corazones y en la primera página del libro de nuestra
vida. Después ya con otras parejas que
nos acompañaban bailamos “Andar conmigo” de Julieta Venegas para confirmar definitivamente
que ya no nos harían falta las demás personas en el mundo para ser felices, por mi parte después de conocerla había
cerrado la puerta de mi corazón y había puesto un letrero que decía «A todas
las mujeres, lo siento, ya este corazón está ocupado», y sin habérmelo comunicado ella también hizo lo mismo, había
cerrado con llave el acceso a otros hombres de su mente y su corazón.
Después
de bailar las primeras canciones permanecimos juntos, no hablamos mucho, el volumen de la música estaba
tan alto que hubiera resultado inútil intentarlo, dejamos que nuestros cuerpos
se comunicaran con sensaciones, con gestos, usando los cuatro sentidos que
podíamos usar esa noche. Porque a veces son muy limitadas las palabras y para
comunicarse son mejores los sentimientos, como Dios cuando se comunica con la
humanidad.
Antes que terminara la fiesta preferí
marcharme, y ponerla a prueba a ver si extrañaba mi presencia. Me despedí de los anfitriones y los
amigos recién adquiridos, los del mundo
real, dejando para el final a Isabela a
quien le agradecí lo que hizo por mí. Y no quería después despedirme de la
cumpleañera sin antes obtener de ella
una promesa.
─
Gracias por invitarme ─ dije a las hermanas, luego dirigiéndome solo a ella y
mirándola a los ojos pronuncié las últimas palabras de esa noche en casa de los
Lacayo ─ Jenny fue una noche maravillosa.
¿Nos podríamos ver mañana?
─
Y pasado mañana, o todos los días que estés en Managua ─ contestó inesperadamente
Isabela rompiendo el momento mágico de la despedida pero añadiendo un toque
humorístico que me hizo reír, y en cambio provocó el breve sentimiento de enojo
de Jenny.
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Continúa
en la entrega no 15
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