Miguel ahora convertido en
todo un señor, alto, recio, sin ser obeso, el pelo ralo, con algunas canas y en
la parte de arriba el inicio de una calvicie que anunciaba su inminente
llegada. Vestido con pantalón de vestir color beige, camisa manga
larga color roja del PLC, zapatos finos, lentes de aumento transparentes, con aire
de firmeza, seguridad en sí mismo, elegante.
Y al lado de él, ahí estaba la famosa e idolatrada Verónica Victoria. Por quien tantas noches había perdido el sueño. Una mujer distinguida y elegante en todo el
sentido de la palabra, alta, hermosa, bella a sus 40 años. Con un vestido fino
de una sola pieza, color beige, zapatos negros de tacón mediano, peinado
especialmente para la ocasión sin ser exótico o rimbombante. La imagen perfecta para lo que era, una dama
del primer nivel de la nobleza nicaragüense, segura de sí misma. Esa era la descripción externa. Me detuve bastante tiempo en observarla y
analizarla, ver sus facciones, su expresión, escudriñar su mirada.
Y el momento que tanto temía llegó y no me
produjo el estremecimiento que esperaba, pensé sentirme de la misma forma en que
me sentí cuando la vi por primera vez, pero no estaba sintiendo nada…. mi
cuerpo no sufría ningún cambio, era como si estuviera mirando a una mujer
cualquiera, a una desconocida. No sentía
nada. Ya su mirada no era la misma de
aquella jovencita del colegio La Salle, era la de una mujer adulta, sin el
brillo juvenil, sin la ternura que me había conmovido. Tenía la mirada firme y segura de una madre,
de alguien que tiene la seguridad de estar casada con un hombre rico. De saber que cuenta con una familia estable,
hijos bellos y bien portados.
De cierta forma sentí un gran alivio al
estarla viendo y no experimentar ningún sentimiento sublime que me hiciera sentir
débil, o me hiciera comportar torpemente
cómo se comportan algunos enamorados.
Sentía una paz interior, un gran alivio, la mente despejada al saber que
todo estaba bien, que ya la podía ver a los ojos sin sentir nada. Miraba su cara en la cual
los años le habían dejado su marca indeleble, ya no era la muchachita
aquella de la piel fina y tersa, de ojos azules que miraban con inocencia y a
la vez ávidos de encontrar el amor.
Definitivamente, Verónica Victoria en ese momento había dejado de
significar algo en mi vida y empezaba a formar parte de la gente común, a la
que podía ver sin sentir ninguna perturbación. Era como un espejismo que
desaparece cuando estamos cerca y que visto de lejos nos parece real.
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Y fue hasta ese momento en que avancé hacia ellos, con una sonrisa en los labios. Me
dirigí directamente hacia Miguel que me miraba sorprendido, indeciso, queriendo
reconocerme, buscando entre los archivos de su memoria. Con mis anteojos Ray
Van oscuros le hacía difícil la tarea, me los quité y fue en ese momento cuando
un brillo en su mirada me indicó que ya se acordaba de mí. Y con una sonrisa
espontanea y natural propia de su carácter alegre y desenfadado que lo hacía
ser un hombre de carisma a prueba de toda situación alzó los brazos con la
clara intención de que cuando estuviera cerca de mi darme un abrazo de viejos
amigos.
─
¡Pero mira que crecido estas muchacho, que digo muchacho, si ya eres todo un
hombre! Venga un abrazo, no te conocía, no tenía idea que te hubieras puesto
tan fuerte. ¿Qué comes, eres boxeador, karateka, que haces para mantenerte tan
joven y fuerte?
─
Muchos ejercicios. ¡Hombre que gusto verte! Veo que ya eres todo un empresario.
─
No exageres, apenas estoy iniciando los primeros contactos.
Me
miraba y no me reconocía, hasta pensé que me admiraba. Con seguridad me recordaba de los tiempos
cuando éramos estudiantes, cuando era alto y delgaducho, que no me paraba
recto, inseguro, dependiente, peludo, queriendo imitar algún artista de la
época. En ese momento estaba al frente de él, recio, atlético, postura erguida
estilo militar, con firmeza de carácter, vestido adecuadamente, simulando a un
jugador de golf, ligeramente más alto que él, con menos años, que ahora es una
ventaja. Pelo negro que aparenta
juventud. Creo que quedó impresionado favorablemente
con aquel primer encuentro. Y yo quedé
satisfecho porque también borraba aquella imagen que tenia de él, que lo miraba
hacia arriba, como alguien superior. Ese encuentro me estaba demostrando que estamos
iguales, aunque él con toda seguridad posee diez veces más dinero que yo, lo
cual no tiene ninguna consecuencia porque yo gano lo mío, suficiente para darme
una buena vida.
─ Mira te presento a mi familia. A Verónica
Victoria que ya la conoces y a mi hija de en medio Laura Isabela, algunas veces
le decimos Laisa.
Nos quedamos mirando los cuatro, formando
un círculo, por un instante escudriñándonos, microsegundos. Sonriendo. Nuestras
auras fundiéndose, comprobando si eran compatibles. Intercambiando esa primera impresión que es
tan importante. Por primera vez pude ver directamente a Verónica Victoria, esos lindos ojos azules como el cielo, su
rostro de cerca y menos mal que ya no siento nada por ella porque de lo
contrario no hubiera estado seguro de poder reprimir el impulso de estrecharla
entre mis brazos ahí mismo al frente de su esposo, su hija y hasta de su tía,
darle aquel beso que por tanto tiempo se quedó reprimido en mis fantasías. Pero
en ese momento, protegido ya por la barrera de la indiferencia podía estar
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cerca
de ella todo el tiempo que quisiera sin temor al espejismo que antes me parecía
tan real.
─
Señora mucho gusto, me alegra volverla a ver.
¿Cómo estuvo el viaje?─ la saludé poniendo en mi voz la mayor delicadeza
y simpatía que me fue posible.
─
El viaje estuvo de lo mas bien, no tuvimos ningún problema, hasta mi esposo que
teme abordar los aviones disfrutó del viaje. El me ha hablado mucho de usted
estos últimos días, dice que ha vivido aquí desde hace 20 años.
Hasta su voz es bella, entona bien las
palabras, con un español correcto como la mayoría de la gente que está en su
nivel, sin usar modismos ni muletillas a cada rato, aunque fácilmente
reconocible de que se trata de una dama nicaragüense. Al escucharla me acuerdo
de mi padre que tenía su teoría de los diferentes niveles
de la gente de Managua, en parte tenía razón.
─
Es cierto, tengo mucho tiempo viviendo aquí, Miami es una ciudad linda que les
va a gustar. ¿Por cuánto tiempo vienen?
─
Esta vez solo por una semana ─ haciendo una pequeña pausa me dijo ─ Ariel vea
le presento a nuestra hija Isabela.
Y fue en ese momento cuando fijé mi
atención en la hija de ambos. Una muchacha en plena adolescencia, 17 años
calculé que sería su edad. De estatura
casi como su madre, delgada, con sus atributos femeninos estratégicamente
ubicados y dotada de todo lo que alguien de su edad puede desear de su figura.
Piel clara con tono a color canela, pelo negro, ojos verde oscuro que los
heredó de su padre, expresivos y soñadores.
─
Mucho gusto ─ la saludé con una leve inclinación de la cabeza ─ bienvenida espero que te diviertas y que te guste la
ciudad.
─
Muchas gracias señor, desde hace tiempo quería venir a Miami. ¿Conoce lugares divertidos? Me recomendaron South Beach.
─
Por supuesto, conozco lugares para todos
los gustos aunque hace algún tiempo que no los frecuento. South Beach queda cerca de aquí, cuando
quieran podemos ir.
Todo ese tiempo en que estuvimos
concentrados en el reencuentro, conociendo también a Isabela, la tía de
Verónica y su hija permanecieron al margen y eso lo notó Vevi que amablemente me las presentó.
─
Mire le presento a mi tía Estela y a su hija Rosita.
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─
Mucho gusto, mi nombre es Ariel Andrés Mejía.
─
Encantada. Me llamo Estela Gabuardi y ella es mi hija Rosa Montealegre.
Intercambiamos saludos protocolarios,
comentamos dos o tres cosas más entre todos y al final les pregunté si me
aceptaban la invitación a un restaurante.
─ ¿Ya
almorzaron? ¿Qué les parece si vamos a un restaurante que
está cerca de aquí? Sirven las mejores
carnes al estilo venezolano, les va a encantar.
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