─
De acuerdo, no es que no haya podido ni haya querido, te lo digo como un
secreto, me da pánico viajar en los aviones, pero ahora sí que no puedo
evitarlo, tengo que viajar y por tierra ni pensarlo, es muy peligroso, así es
que tengo que ir aunque me vaya muriendo de miedo.
─
Te entiendo, y no te sientas mal, hay miles de personas a las cuales les pasa
lo mismo.
─
No te preocupes, yo creo que en realidad exagero un poco, lo que pasa también
es que he viajado pocas veces en avión.
─
¿Vienes solo o es un viaje con toda la familia? ─ y esa era la respuesta que más
me interesaba.
─
Con parte de la familia, mi esposa y mi
hija menor, la mayor y el varón se van a quedar.
─
¡Qué bueno! ─ le dije con entusiasmo ─ ¿Tienes dónde quedarte? Mi apartamento está a la orden, tengo un
cuarto vacio.
─ Hombre,
gracias, te lo agradezco pero no te preocupes, mi esposa tiene familiares en
Miami, tampoco ahí nos vamos a quedar,
vos sabes, ellos tienen sus cosas que hacer.
Queremos más bien quedarnos en un hotel.
¿Conoces alguno que esté en una zona que sea segura? Por el precio no te
preocupes.
─
Si claro, en el Holyday Inn, los precios van de 100 hasta 550 dólares por
noche. Está en una zona céntrica y muy segura.
─ Me parece bien ahí. ¿Y dónde puedo alquilar un vehículo?
─
En el aeropuerto y si nunca has manejado aquí, solo tienes que comprar un GPS
que te llevará a cualquier lugar, además tengo dos semanas libres si ustedes
quieren les puedo mostrar los mejores lugares de la ciudad.
─
Bueno que no se hable más del asunto, llego el martes a las 2 de la tarde por
la aerolínea colombiana.
─
De acuerdo, ahí los voy a estar esperando. Y ya sabes, lo que necesites.
─
Gracias Ariel, por ahí llego.
Lo anterior solo fue parte de lo que platicamos
por teléfono ese domingo en la tarde. Y quedó en claro que el próximo martes a
las dos de la tarde estaba programado que vendrían.
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Y mi vida sentimental que había sido
alterada con el reciente divorcio volvía a ser conmovida, era algo que no lo
tenía planeado, pensaba solo husmear un poco en la vida de Miguel, hablar con
él por teléfono, ponerme al tanto, pero no me imaginaba lo rápido que lo
tendría en Miami en cuerpo y alma y para colmo con su esposa que había llegado
a significar tanto en mi vida.
Prácticamente no tenía tiempo de prepararme, solo faltaban dos días para
encontrarme con el pasado, para saber si mi corazón seguía sintiendo lo mismo
que hacía 20 años. Me estaba empezando a preguntar. ¿Qué iba a sentir
cuando la viera? ¿Valdría la pena? ¿No
sería mejor mentir y decir que a última hora me había salido un trabajo en otro
lado y me era imposible estar en la ciudad?
Para no verlos. Pero eso sería
como seguir huyendo de un fantasma que
me perseguiría por siempre, quizás hasta el momento de mi muerte.
Después pensaba que sería mejor hacerle frente
a la situación, enfrentarme al pasado de una vez por todas. El conflicto era conmigo mismo, ninguno
de los dos sabía lo que pasaba por mi
cabeza y mucho menos lo que sentía mi corazón. Me alegraba en ese momento no
haber dicho nada entonces a ella y tampoco a él, para ellos yo no existía en la
vida de Vevi y eso me facilitaba las cosas. ¿Cómo decirle a quien fue mi mejor
amigo que no dormía pensando en su mujer?
¿Y qué sentido tendría decirle a
ella lo que había significado en mi vida? Yo era solo uno de los amigos de su novio de
ese tiempo. Definitivamente todo aquel
problema lo había armado yo mismo, con esa telaraña de pensamientos y
sentimientos que los había alimentado de ilusiones, de falsas esperanzas. Tenía que acabar de una vez por todas con
aquella situación. Y la mejor forma era
estarlos esperando en el aeropuerto el martes para salir de dudas.
El lunes tuve que ir al barbero a cortarme
el pelo, arreglarme el bigote, pasé por la farmacia y compré tinte para teñirme
el pelo de negro. Después compré zapatos
nuevos aunque tengo muchos que están casi nuevos, lo mismo pasó con la
ropa, no hallaba que ponerme y tuve que comprar ropa nueva. Otro dilema. ¿Cómo
me tendría que vestir? ¿Traje formal,
informal, deportivo? ¿O acaso tendría
que ponerme el traje típico de Masaya que me habían regalado el año
anterior? Descarté la idea. ¿Entonces
qué me ponía? Me decidí
por un pantalón de vestir azul marino, zapatos negros, camisa “polo” blanca,
lentes oscuros, finos y a última hora compré una gorra de beisbol del mismo
color del pantalón. Parecía la bandera
de Nicaragua, azul arriba, blanco en medio y azul abajo, al menos así no
podrían decir que me afrentaba del país. Solo me faltó ponerme el escudo en la
barriga.
Del lunes para el martes dormí poco, desperté a las 6 de la mañana, me di un baño,
desayuné, a las 10 de la mañana me vestí
y a la una de la tarde salí rumbo al aeropuerto. Me sentía nervioso, como si fuera un adolescente
en su primera cita, pasé por un restaurante de comida rápida para dar tiempo y calmar un poco los nervios. A las dos en punto estaba estacionando el
carro en el segundo piso al frente del área de bienvenida que está en la salida
del aeropuerto, por donde está Taca, Avianca, United y otras aerolíneas. Subí en el elevador
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del
estacionamiento y llegué hasta el tercer nivel, tomé la banda automática
horizontal que está en el piso, que
permite desplazarse más rápido y llegué al área de espera para arribos
internacionales. Los asientos normales, los que tienen espaldar estaban todos
ocupados y tuve que sentarme en los
ridículos asientos que algún diseñador
famoso hizo creer a los que remodelaron el aeropuerto que eran la gran
maravilla, con seguridad les cobró una fortuna por esos adefesios de asientos
que se parecen a las bancas de madera que desde hace siglos se usan en las
fincas, de esas que no tienen espaldar.
También parecen el lomo de un caballo sin albarda.
Pensé llevar un cartel con el nombre de
los visitantes pero en el último momento descarté la idea. Además pensaba que no era tan amigo de ellos
y que sería un poco cursi. No pude permanecer sentado en esos incómodos
asientos, además estaba nervioso por la espera y caminaba de un lado a otro,
fui a ver si el vuelo en que vendrían ya había arribado. Ya lo había hecho en la hora programada. No tardarían en
aparecer por aquel pasadizo donde
estaban fijas las miradas de quienes esperábamos.
El flujo de gente que salía por esa puerta
era constante, unos con la cara de
fastidio de los que viajan mucho, otros dándoselas de importantes o en realidad
lo eran, otros muriéndose de los nervios pero tratando de aparecer serenos. Los abrazos y palabras de bienvenida se
repetían constantemente. De pronto empezaron a salir los nicaragüenses, lo
sabía por la forma de vestir, por la forma de caminar, los gestos de la cara,
los rasgos físicos y la señal inequívoca, miraba salir gente con la infaltable
caja de cartón con las tres botellas de Flor de Caña, aunque no podía ver en
sus maletas ya sabía que traían mantequilla, cuajadas, quesos, pinolillo y por
supuesto rosquillas de Somoto en bolsitas de plástico.
No
me quedé muy cerca de la salida, no quería encontrármela de pronto, súbitamente,
quería verla de largo e irme acercando poco apoco para agarrar aplomo por si
aquellos sentimientos que antes sentía por ella continuaban conmigo, no iba a
querer que ella viera mi reacción, tampoco que Miguel notara algo raro entre
los dos. No me reconocía, estaba actuando
como un muchacho de 17 años, en vez de comportarme como el hombre maduro de 38
años que soy, con pleno dominio de mis nervios y emociones para otras
situaciones, incluso para el peligro al que de vez en cuando me expongo debido
a mi profesión.
Y como siempre, todo lo que se espera
llega, el momento esperado y temido a la
misma vez llegó. Al fin salieron por la
puerta donde los visitantes no podemos entrar, venían juntos, caminaban empujando un carrito con las
maletas, un poco desorientados, buscando con la mirada, esperaban a alguien, no
sabía si era a mí o a los familiares de ella.
De pronto vi que
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una
mujer y su hija se les acercaban efusivos y les daban la bienvenida, los abrazaban
y cambiaban impresiones, alegres, felices de encontrarse. Mi plan había dado resultados, al encontrarse
primero con los familiares me había dado tiempo de observarlos, de ver el
cambio que se había producido en los
dos, cuando dejé de verlos eran unos jovencitos y en ese momento tenía enfrente
a dos personas adultas, diferentes de cuando los vi la última vez.
Continúa en la entrada no. 7

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