lunes, 9 de junio de 2014

EL CASO No.2 DEL AÑO 2013 Entrada no.15

─ Definitivo Isabela, estas chiflada, te faltan meses para cumplir 18 años y ya  crees que sabes todo.
    Con escuchar aquellos dos pequeños diálogos entre las hermanas me bastó para imaginarme como habían sido los años anteriores que habían vivido juntas, sin embargo no pasó desapercibido el amor profundo entre las dos. No sé que habría visto en mi Isabela que «le gustaba para cuñado» dicho en sus propias palabras y que una vez más contribuía a cimentar mi relación con Jenny,  pero  frustraba la estrategia de su hermana mayor de fingir no ceder al primer intento mío para no parecer fácil o demostrar tan rápidamente lo que también ella quería.
─ Ariel mañana iremos a una pequeña finca que tienen mis papas cerca del mar, si quiere venir con nosotros ─ dijo con su dulce voz Jenny Belinda Lacayo.
Era la respuesta que estaba esperando…era como si un ángel me dijera…«mañana voy para el cielo, si quiere venir conmigo»… Por supuesto… quería ir.
─ Me encantaría, si me haces el favor de no tratarme de usted.  ¿O te parezco “muy grande”, como dicen los mexicanos?
─ ¿Y a quienes les dicen “grandes” los mexicanos? Usted……tú eres grande……
─ Ellos les dicen así a las personas que tienen muchos años.
─ Pues aquí en Managua les decimos “interesantes” ─ intervino Isabela riendo, orgullosa de la última broma que le hacía a su hermana y en ese momento se fue y nos dejó solos.
     Mis 38 años casi eran el doble de los recién cumplidos 20 de Jenny Belinda, aunque jugaba a mi favor el hecho que dedicaba  muchas horas al gimnasio, las  cuales me habían recompensado con un cuerpo atlético y bien formado que no trataba de ocultar. Siempre usaba lentes oscuros que me protegían la vista de los rayos del sol y evitaban que se formaran arrugas alrededor de los ojos.  Quizás los suplementos vitamínicos, o los 8 vasos de agua que tomaba a diario y por último el tinte de pelo que ocultaba  las incipientes canas que ya empezaban a recordarme que estaba solo a dos años de cumplir 40.
─ Para nada Ariel, no sos un hombre viejo.  No hagas caso de mi hermana, siempre me está fastidiando, pero son bromas, en realidad nos queremos y nos ayudamos mutuamente.
─ No te preocupes ya me di cuenta de cuál es la relación entre ustedes, además le estoy muy agradecido por su hospitalidad.
     Estábamos solos, muchas ideas cruzaron por mi mente, multitud de preguntas esperando respuestas.  ¿Qué era en ese momento lo más apropiado que podía hacer?    Impetuosos

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deseos tenía  de  atraerla hacia mí y darle un beso en la boca y apagar el fuego que ardía en mi interior al tenerla tan cerca, pero al final se impuso la cordura, era muy pronto para dar ese paso, quizás con toda seguridad eso sería interpretado como atrevimiento y solo me ganaría una bofetada y perdería el derecho a poner los pies otra vez en aquella casa. Opté por tomarla de los hombros y darle un beso en la mejía, al tiempo que con voz romántica le decía.
Eres muy linda Jenny y hoy estuviste preciosa, una vez más, felicidades por tu cumpleaños y estaré esperando impaciente el día de mañana en que te volveré a ver.  ¿A qué hora piensas que se irán para la finca?
─ Gracias Ariel eres muy amable ─ dijo con voz suave ─  Vamos a salir en la mañana, quizás a las 9 o 10, no está muy lejos.
     Y después caminé rumbo a donde tenía estacionada la Toyota Prado, a medio camino me venció la tentación de volverme solo para descubrir que me estaba mirando, le hice una pequeña señal de adiós con la mano, ella hizo lo mismo.  Subí a la camioneta, encendí el motor, hice algunas maniobras para salir de frente por el portón cuidado por el guardia de seguridad.  En el último instante  volví a decirle adiós con la mano al ver que permanecía en el mismo lugar. 
     Me marché esa noche siendo un hombre diferente del que había entrado, nunca pensé que aquel día me esperaba el amor emboscado en la casa de los Lacayo y que yo caería completo en la trampa que Cupido me había tendido.  Lo menos que me podía haber imaginado era que al volver al pasado encontraría mi futuro.  Pensaba que mi relación con Vevi había quedado atrás y no la volvería a ver en mucho tiempo, que el paso de los años por mi vida y por el rostro de la mujer en un tiempo amada  habían servido para enterrar en lo más profundo de mi cerebro aquellos sentimientos, incertidumbres y sufrimientos unilaterales que  habían perdurado por muchos años y que fueron la causa de mi exilio voluntario.
     No  podría ni haberlo soñado siquiera que de aquellos jóvenes compañeros de estudios, del que fue mi amigo y de la que fue mi amor imposible, amor de un instante que murió al nacer, que de ellos nacería la mujer de la cual a partir de ese día estoy perdidamente enamorado. ¿Cómo podría haber imaginado que el hombre que me había robado el amor de Verónica Victoria y ella misma tendrían una hija que sería idéntica a su madre y que 20 años más tarde la encontraría en su propia casa invitado a su cumpleaños y que nos enamoraríamos al solo vernos? ¿Qué fuerzas extrañas gobiernan las vidas de los mortales? ¿Sería que sus almas que todo lo saben se percataron y sintieron el dolor que sin proponérselo me habían causado y querían recompensarme? ¿Por qué  permanecí casi 20 años sin enamorarme verdaderamente aunque estuve casado por 5  con un «tronco de mujer» y por qué Jenny

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Belinda en sus 20 años no se enamoró de ningún otro hombre?   Eran preguntas que en ese momento no tenían respuestas.


CAPITULO   6


     Al día siguiente, el lunes, llegué a la mansión de Las Colinas cuando ya los Lacayo Gabuardi  estaban listos,  en cuanto vieron que estacioné afuera mi vehículo en la calle montaron en la Toyota estilo SUV y salimos rumbo al pacifico, después de media hora llegamos  a una entrada junto a la carretera, el hijo menor de Vevi, Julio Antonio Lacayo se bajó de la camioneta y fue a quitar la cadena del portón, la abrió, dejando  entrar a las tres camionetas que en caravana habíamos llegado. En el camino se nos había unido la tercera con la familia de una hermana de Vevi, Teresa Gabuardi junto a sus hijos Elena, Eileen y Jorge Rizo. Hasta ese momento supe que Miguel no estaba con su familia, como era lunes pensé que tenía obligaciones en sus negocios.
     Me daba la impresión que era una quinta grande más que una finca pequeña, con una buena casa de concreto, corredores en tres lados, rodeada de palmeras y matas de coco de todos los tamaños, un jardín bien cuidado, garage para los vehículos separado de la casa,   caballerizas donde habían seis caballos y otros dos pastando en una plazuela.  También había dos  cuatri-motos, una lancha de 3 metros con motor fuera de borda y para completar el inventario dos motos de agua.  Definitivamente se notaba que aquella quinta  era propiedad de gente rica, había de todo para disfrutar un fin de semana en la playa que me explicaron  estaba a solo dos kilómetros hacia el Oeste.
     El interior de la casa prestaba también muchas comodidades. Una sala, comedor, cocina, dos cuartos y un lugar amplio donde se podían colgar hamacas o poner colchones inflables.
     Cuando llegamos, rápidamente los Lacayo Gabuardi y Rizo Gabuardi acomodaron todo. Ya la cocinera nos estaba esperando con una apetitosa y caliente sopa de gallina con albóndigas, en la nevera esperaban ansiosas, rubias y frescas cervezas Corona de las que dimos cuenta en un abrir y cerrar de ojos, tomando en cuenta que la noche anterior había sido de fiesta, tragos y desvelos.  Todos estuvieron en la casa la noche anterior pero no me acordaba de nadie, toda mi atención había estado enfocada en  Jenny Belinda, al estar en la

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quinta fui conociéndolos uno a uno.  Julito el hermano menor de Jenny, Teresa Gabuardi, hermana de Vevi y sus tres hijos. Y estaba conociendo las costumbres de los Lacayo Gabuardi de combinar las sílabas de los nombres, así supe que a Jenny Belinda algunas veces le dicen Jennybé, al hermano menor Julán, pronunciado Yulán por Julio Antonio y a Laura Isabela le dicen Laisa.  Cosas de familia.
     Después de comer y oír  un poco de música nos tocó el turno de ir a la playa, unos escogieron las cuatri-motos, otros los caballos y otros las camionetas para remolcar la lancha y las motos de agua. En minutos estábamos en la orilla del mar, en la arena oscura común en el pacífico nicaragüense. Cuatro mujeres, Jenny, la mayor con 20 años, su hermana Isabela, sus primas Elena y Eileen, casi de la misma edad.  Tres varones, Julio Antonio de 7 años, Jorge Rizo de 15 y yo, el anciano de 38 años. 
     Verónica Victoria se había quedado en la casa y llegaría más tarde.  Con la mayor naturalidad del mundo las tres adolescentes se quitaron las faldas y se quedaron en sus trajes de baño, le llegó el turno a Jenny que esa vez mostró un poco de rubor cuando vio que admiraba su escultural y juvenil figura. Fui el ultimo que se quitó la ropa de estar en casa, me quité primero la camiseta y después el pantalón de azulón hasta quedar solo en calzoneta normal, no hilo dental.  Y de un momento a otro me convertí en el centro de atención, aquellas jovencitas que ya habían tomado confianza conmigo se me acercaron para admirar mi atlético cuerpo, producto de horas de gimnasio, entusiasmadas me apretaban los brazos y con los dedos me pinchaban el pecho que lo tensionaba a propósito para que fuera más duro.  Estaba disfrutando ser el centro de la atención hasta que vi a Jenny Belinda que tenía unos ojos que no expresaban ninguna diversión, parecía que lanzaban pequeñas e imperceptibles llamaradas al considerar que las otras mujeres estaban invadiendo territorio que ya ella estaba conquistando pero que no había marcado todavía.
      Estábamos disfrutando un día maravilloso, nadando, corriendo en la arena montados en los caballos, en las motos terrestres de cuatro ruedas. Recorríamos el litoral en las motos acuáticas y en la panga impulsada por el motor fuera de borda.  Jenny quiso mostrarme su lugar favorito de la playa, detrás de unas rocas grandes y negras como las de Poneloya, íbamos por la arena con los pies descalzos,  agarrados de la mano pero a medida que fuimos avanzando ya nuestros cuerpos no podían estar separados y caminábamos abrazados.  Llegamos hasta unas rocas escondidas de las miradas de los demás bañistas y del grupo que disfrutaba en la playa, unas veces sentados en las rocas, otras correteando divertidos, hablando de nuestras vidas, llenando los huecos de información, acercándonos cada vez mas hasta que llegó el momento en que ya no podíamos esperar, que yo buscaba desde la noche anterior y que ella esperaba toda su vida.  El momento en que le di el primer beso, estando solos, con el mar pacífico a la derecha, ocultos por las rocas.  No sé cuantos besos nos

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dimos, ella se dejó llevar, suficiente tiempo había esperado y  ya tenía  20 años.  En cambio yo no tenía prisa, Jenny no era del tipo de mujer con la que un hombre quiera anotar desde el primer partido, con ella había que jugar todo el campeonato, desde el primero hasta el último juego. Al cabo de un tiempo decidimos  regresar junto al grupo, sintiéndonos uno, caminando entre las nubes y con la felicidad a flor de piel. Regresamos caminando despacio, tomados  de la mano, como anunciando nuestro compromiso, era Jenny marcando su territorio, poniéndome el invisible letrero de “prohibido, ya tiene dueña”.
     Un amor que nacía y que sin embargo encontraría obstáculos y fuerzas que se opondrían a que  llegara feliz al puerto. 
     Después de aquel momento los del grupo supieron que nosotros “andábamos” y las demás mujeres aceptaron y respetaron  esos límites. Ya éramos novios y la noticia pronto fue conocida,   Vevi supo de la preferencia de su hija  Jenny por medio de Julio Antonio que sin esperarnos se fue caminando y otras veces corriendo con la noticia fresca a contársela a su mamá.
     Regresamos a la quinta después de pasar medio día en la playa disfrutando de la vida marítima. Ya nos esperaban con una rica comida preparada por las cocineras.   Nos pusimos otra vez ropa de calle y junto a la mesa disfrutamos de aquellos deliciosos manjares sacados del mar, preparados por manos expertas.   No supe cómo  pero de pronto me encontré platicando solo con  Vevi de lo divertidos que pasamos la tarde, de la comida y en un momento de  la conversación ella me preguntó. 
─ Ariel, ¿Qué trabajo hace usted para ganarse la vida?
     No me tomó por sorpresa, ya esperaba la pregunta, era lógico que la preguntara. Dado que yo no andaba diciéndole a todo el mundo lo que hacía. Con mucha seguridad le respondí.
─ Soy detective privado, de esa forma me gano la vida.  Tengo en Miami una agencia privada de investigaciones.  Conmigo trabajan seis empleados. Lo que hacemos es investigar el paradero de niños, adolescentes y personas adultas que desaparecen sin dejar rastro, muchas veces son secuestradas por sus padres,  por delincuentes y otras por bandas internacionales del crimen organizado.  Los familiares nos contratan para que los encontremos, cuando lo hacemos cobramos la totalidad de la suma acordada.─ Y para dar más credibilidad a lo que decía le conté parte de mi historial de trabajo.─ Antes trabajaba con el FBI que es la agencia de espionaje interna del gobierno americano, después puse mi propio negocio.
 Lo que no le conté fue que la semana anterior anduve con su marido en lugares de

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entretenimiento para adultos y a él le dije que como parte de mi trabajo me pasaba horas en esos locales.  Vigilando. Cuando algunas muchachas son secuestradas, muchas veces las encontramos trabajando ahí, obligadas  o por voluntad propia.


Continúa en la entrega no.16

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