─
Definitivo Isabela, estas chiflada, te faltan meses para cumplir 18 años y ya crees que sabes todo.
Con escuchar aquellos dos pequeños diálogos
entre las hermanas me bastó para imaginarme como habían sido los años
anteriores que habían vivido juntas, sin embargo no pasó desapercibido el amor
profundo entre las dos. No sé que habría visto en mi Isabela que «le gustaba
para cuñado» dicho en sus propias palabras y que una vez más contribuía a
cimentar mi relación con Jenny, pero frustraba la estrategia de su hermana mayor de
fingir no ceder al primer intento mío para no parecer fácil o demostrar tan
rápidamente lo que también ella quería.
─
Ariel mañana iremos a una pequeña finca que tienen mis papas cerca del mar, si
quiere venir con nosotros ─ dijo con su dulce voz Jenny Belinda Lacayo.
Era
la respuesta que estaba esperando…era como si un ángel me dijera…«mañana voy
para el cielo, si quiere venir conmigo»… Por supuesto… quería ir.
─
Me encantaría, si me haces el favor de no tratarme de usted. ¿O te parezco “muy grande”, como dicen los
mexicanos?
─
¿Y a quienes les dicen “grandes” los mexicanos? Usted……tú eres grande……
─
Ellos les dicen así a las personas que tienen muchos años.
─
Pues aquí en Managua les decimos “interesantes” ─ intervino Isabela riendo,
orgullosa de la última broma que le hacía a su hermana y en ese momento se fue
y nos dejó solos.
Mis 38 años casi eran el doble de los
recién cumplidos 20 de Jenny Belinda, aunque jugaba a mi favor el hecho que
dedicaba muchas horas al gimnasio, las cuales me habían recompensado con un cuerpo
atlético y bien formado que no trataba de ocultar. Siempre usaba lentes oscuros
que me protegían la vista de los rayos del sol y evitaban que se formaran
arrugas alrededor de los ojos. Quizás
los suplementos vitamínicos, o los 8 vasos de agua que tomaba a diario y por
último el tinte de pelo que ocultaba las
incipientes canas que ya empezaban a recordarme que estaba solo a dos años de
cumplir 40.
─
Para nada Ariel, no sos un hombre viejo. No hagas caso de mi hermana, siempre me está
fastidiando, pero son bromas, en realidad nos queremos y nos ayudamos
mutuamente.
─
No te preocupes ya me di cuenta de cuál es la relación entre ustedes, además le
estoy muy agradecido por su hospitalidad.
Estábamos solos, muchas ideas cruzaron por
mi mente, multitud de preguntas esperando respuestas. ¿Qué era en ese momento lo más apropiado que
podía hacer? Impetuosos
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deseos
tenía de atraerla hacia mí y darle un beso en la boca y
apagar el fuego que ardía en mi interior al tenerla tan cerca, pero al final se
impuso la cordura, era muy pronto para dar ese paso, quizás con toda seguridad
eso sería interpretado como atrevimiento y solo me ganaría una bofetada y
perdería el derecho a poner los pies otra vez en aquella casa. Opté por tomarla
de los hombros y darle un beso en la mejía, al tiempo que con voz romántica le
decía.
─
Eres muy linda Jenny y hoy estuviste preciosa, una vez más, felicidades
por tu cumpleaños y estaré esperando impaciente el día de mañana en que te
volveré a ver. ¿A qué hora piensas que
se irán para la finca?
─
Gracias Ariel eres muy amable ─ dijo con voz suave ─ Vamos a salir en la mañana, quizás a las 9 o
10, no está muy lejos.
Y después caminé rumbo a donde tenía
estacionada la Toyota Prado, a medio camino me venció la tentación de volverme
solo para descubrir que me estaba mirando, le hice una pequeña señal de adiós
con la mano, ella hizo lo mismo. Subí a
la camioneta, encendí el motor, hice algunas maniobras para salir de frente por
el portón cuidado por el guardia de seguridad.
En el último instante volví a
decirle adiós con la mano al ver que permanecía en el mismo lugar.
Me marché esa noche siendo un hombre
diferente del que había entrado, nunca pensé que aquel día me esperaba el amor
emboscado en la casa de los Lacayo y que yo caería completo en la trampa que
Cupido me había tendido. Lo menos que me
podía haber imaginado era que al volver al pasado encontraría mi futuro. Pensaba que mi relación con Vevi había
quedado atrás y no la volvería a ver en mucho tiempo, que el paso de los años
por mi vida y por el rostro de la mujer en un tiempo amada habían servido para enterrar en lo más
profundo de mi cerebro aquellos sentimientos, incertidumbres y sufrimientos
unilaterales que habían perdurado por
muchos años y que fueron la causa de mi exilio voluntario.
No
podría ni haberlo soñado siquiera que de aquellos jóvenes compañeros de
estudios, del que fue mi amigo y de la que fue mi amor imposible, amor de un
instante que murió al nacer, que de ellos nacería la mujer de la cual a partir
de ese día estoy perdidamente enamorado. ¿Cómo podría haber imaginado que el
hombre que me había robado el amor de Verónica Victoria y ella misma tendrían una
hija que sería idéntica a su madre y que 20 años más tarde la encontraría en su
propia casa invitado a su cumpleaños y que nos enamoraríamos al solo vernos?
¿Qué fuerzas extrañas gobiernan las vidas de los mortales? ¿Sería que sus almas
que todo lo saben se percataron y sintieron el dolor que sin proponérselo me
habían causado y querían recompensarme? ¿Por qué permanecí casi 20 años sin enamorarme
verdaderamente aunque estuve casado por 5
con un «tronco de mujer» y por qué Jenny
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Belinda
en sus 20 años no se enamoró de ningún otro hombre? Eran
preguntas que en ese momento no tenían respuestas.
CAPITULO 6
Al día siguiente, el lunes, llegué a la
mansión de Las Colinas cuando ya los Lacayo Gabuardi estaban listos, en cuanto vieron que estacioné afuera mi
vehículo en la calle montaron en la Toyota estilo SUV y salimos rumbo al
pacifico, después de media hora llegamos
a una entrada junto a la carretera, el hijo menor de Vevi, Julio Antonio
Lacayo se bajó de la camioneta y fue a quitar la cadena del portón, la abrió,
dejando entrar a las tres camionetas que
en caravana habíamos llegado. En el camino se nos había unido la tercera con la
familia de una hermana de Vevi, Teresa Gabuardi junto a sus hijos Elena, Eileen
y Jorge Rizo. Hasta ese momento supe que Miguel no estaba con su familia, como
era lunes pensé que tenía obligaciones en sus negocios.
Me daba la impresión que era una quinta
grande más que una finca pequeña, con una buena casa de concreto, corredores en
tres lados, rodeada de palmeras y matas de coco de todos los tamaños, un jardín
bien cuidado, garage para los vehículos separado de la casa, caballerizas donde habían seis caballos y
otros dos pastando en una plazuela.
También había dos cuatri-motos,
una lancha de 3 metros con motor fuera de borda y para completar el inventario
dos motos de agua. Definitivamente se
notaba que aquella quinta era propiedad de
gente rica, había de todo para disfrutar un fin de semana en la playa que me
explicaron estaba a solo dos kilómetros hacia
el Oeste.
El interior de la casa prestaba también
muchas comodidades. Una sala, comedor, cocina, dos cuartos y un lugar amplio
donde se podían colgar hamacas o poner colchones inflables.
Cuando llegamos, rápidamente los Lacayo
Gabuardi y Rizo Gabuardi acomodaron todo. Ya la cocinera nos estaba esperando
con una apetitosa y caliente sopa de gallina con albóndigas, en la nevera
esperaban ansiosas, rubias y frescas cervezas Corona de las que dimos cuenta en
un abrir y cerrar de ojos, tomando en cuenta que la noche anterior había sido
de fiesta, tragos y desvelos. Todos
estuvieron en la casa la noche anterior pero no me acordaba de nadie, toda mi
atención había estado enfocada en Jenny
Belinda, al estar en la
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quinta
fui conociéndolos uno a uno. Julito el
hermano menor de Jenny, Teresa Gabuardi, hermana de Vevi y sus tres hijos. Y
estaba conociendo las costumbres de los Lacayo Gabuardi de combinar las sílabas
de los nombres, así supe que a Jenny Belinda algunas veces le dicen Jennybé, al
hermano menor Julán, pronunciado Yulán por Julio Antonio y a Laura Isabela le
dicen Laisa. Cosas de familia.
Después de comer y oír un poco de música nos tocó el turno de ir a la
playa, unos escogieron las cuatri-motos, otros los caballos y otros las
camionetas para remolcar la lancha y las motos de agua. En minutos estábamos en
la orilla del mar, en la arena oscura común en el pacífico nicaragüense. Cuatro
mujeres, Jenny, la mayor con 20 años, su hermana Isabela, sus primas Elena y
Eileen, casi de la misma edad. Tres
varones, Julio Antonio de 7 años, Jorge Rizo de 15 y yo, el anciano de 38 años.
Verónica Victoria se había quedado en la
casa y llegaría más tarde. Con la mayor
naturalidad del mundo las tres adolescentes se quitaron las faldas y se
quedaron en sus trajes de baño, le llegó el turno a Jenny que esa vez mostró un
poco de rubor cuando vio que admiraba su escultural y juvenil figura. Fui el ultimo
que se quitó la ropa de estar en casa, me quité primero la camiseta y después
el pantalón de azulón hasta quedar solo en calzoneta normal, no hilo
dental. Y de un momento a otro me
convertí en el centro de atención, aquellas jovencitas que ya habían tomado
confianza conmigo se me acercaron para admirar mi atlético cuerpo, producto de
horas de gimnasio, entusiasmadas me apretaban los brazos y con los dedos me
pinchaban el pecho que lo tensionaba a propósito para que fuera más duro. Estaba disfrutando ser el centro de la
atención hasta que vi a Jenny Belinda que tenía unos ojos que no expresaban
ninguna diversión, parecía que lanzaban pequeñas e imperceptibles llamaradas al
considerar que las otras mujeres estaban invadiendo territorio que ya ella estaba
conquistando pero que no había marcado todavía.
Estábamos
disfrutando un día maravilloso, nadando, corriendo en la arena montados en los
caballos, en las motos terrestres de cuatro ruedas. Recorríamos el litoral en
las motos acuáticas y en la panga impulsada por el motor fuera de borda. Jenny quiso mostrarme su lugar favorito de la
playa, detrás de unas rocas grandes y negras como las de Poneloya, íbamos por
la arena con los pies descalzos, agarrados de la mano pero a medida que fuimos
avanzando ya nuestros cuerpos no podían estar separados y caminábamos
abrazados. Llegamos hasta unas rocas
escondidas de las miradas de los demás bañistas y del grupo que disfrutaba en
la playa, unas veces sentados en las rocas, otras correteando divertidos,
hablando de nuestras vidas, llenando los huecos de información, acercándonos
cada vez mas hasta que llegó el momento en que ya no podíamos esperar, que yo
buscaba desde la noche anterior y que ella esperaba toda su vida. El momento en que le di el primer beso,
estando solos, con el mar pacífico a la derecha, ocultos por las rocas. No sé cuantos besos nos
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dimos,
ella se dejó llevar, suficiente tiempo había esperado y ya tenía 20 años.
En cambio yo no tenía prisa, Jenny no era del tipo de mujer con la que
un hombre quiera anotar desde el primer partido, con ella había que jugar todo
el campeonato, desde el primero hasta el último juego. Al cabo de un tiempo
decidimos regresar junto al grupo, sintiéndonos
uno, caminando entre las nubes y con la felicidad a flor de piel. Regresamos
caminando despacio, tomados de la mano,
como anunciando nuestro compromiso, era Jenny marcando su territorio,
poniéndome el invisible letrero de “prohibido, ya tiene dueña”.
Un amor que nacía y que sin embargo
encontraría obstáculos y fuerzas que se opondrían a que llegara feliz al puerto.
Después de aquel momento los del grupo
supieron que nosotros “andábamos” y las demás mujeres aceptaron y
respetaron esos límites. Ya éramos
novios y la noticia pronto fue conocida, Vevi supo de la preferencia de su hija Jenny por medio de Julio Antonio que sin
esperarnos se fue caminando y otras veces corriendo con la noticia fresca a
contársela a su mamá.
Regresamos a la quinta después de pasar
medio día en la playa disfrutando de la vida marítima. Ya nos esperaban con una
rica comida preparada por las cocineras.
Nos pusimos otra vez ropa de calle y junto a la mesa disfrutamos de aquellos
deliciosos manjares sacados del mar, preparados por manos expertas. No supe cómo pero de pronto me encontré platicando solo con Vevi de lo divertidos que pasamos la tarde,
de la comida y en un momento de la
conversación ella me preguntó.
─
Ariel, ¿Qué trabajo hace usted para ganarse la vida?
No
me tomó por sorpresa, ya esperaba la pregunta, era lógico que la preguntara. Dado
que yo no andaba diciéndole a todo el mundo lo que hacía. Con mucha seguridad
le respondí.
─
Soy detective privado, de esa forma me gano la vida. Tengo en Miami una agencia privada de
investigaciones. Conmigo trabajan seis
empleados. Lo que hacemos es investigar el paradero de niños, adolescentes y
personas adultas que desaparecen sin dejar rastro, muchas veces son
secuestradas por sus padres, por
delincuentes y otras por bandas internacionales del crimen organizado. Los familiares nos contratan para que los encontremos,
cuando lo hacemos cobramos la totalidad de la suma acordada.─ Y para dar más
credibilidad a lo que decía le conté parte de mi historial de trabajo.─ Antes
trabajaba con el FBI que es la agencia de espionaje interna del gobierno
americano, después puse mi propio negocio.
Lo que no le conté fue que la semana anterior
anduve con su marido en lugares de
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entretenimiento
para adultos y a él le dije que como parte de mi trabajo me pasaba horas en
esos locales. Vigilando. Cuando algunas
muchachas son secuestradas, muchas veces las encontramos trabajando ahí, obligadas o por voluntad propia.
Continúa
en la entrega no.16
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