Pedimos
dos cervezas que pagamos al momento, para empezar a tomárnoslas lentamente, sin
apuro mientras el sentido de la vista se paseaba de norte a sur y de este a
oeste, en aquel jardín de lindas flores.
─
Gracias Ariel Andrés ─ me dijo de pronto Miguel conmovido ─ un lugar así solo
existía en mis sueños.
Me sorprendió ese comentario y extrañado
le pregunté.
─
¿No me digas que no habías ido a un
lugar así antes? No te lo puedo creer.
─
Ya te lo dije, me dediqué a trabajar en el interior de Nicaragua, prácticamente
no he salido ni a Centroamérica y en Managua tengo miedo que me vean en esos
lugares. Esto es nuevo para mí, y no te
rías, es la verdad.
─
Si tu esposa se da cuenta que te estoy trayendo a estos lugares no me va a
querer ver nunca porque te estoy corrompiendo.
Y ese pequeño diálogo fue interrumpido
cuando una espectacular bailarina se acercó a nuestra mesa. Precedida por un
exquisito perfume que nos hizo suspirar. Hablaba inglés solamente y me tocó traducirle a Miguel lo que la rubia
decía. Resulta difícil describir como mi amigo se sentía, abrumado y conmovido
por tanta belleza al alcance de su mano.
Sintiéndose admirado, siendo el centro de atención de aquella beldad y de
la otra que después se acercó a la mesa sentándose a mi lado. Una escultura viviente de pelo negro, piel blanca,
ojos azules, joven y sensual como una
candidata a miss universo.
Estuvieron un rato, pidieron tragos,
conversaron y se fueron porque les
tocaba el turno de bailar en el tubo y quitarse la ropa. A cada rato pasaban mujeres cada vez mas
lindas por las mesas preguntándonos si nos gustaba como habían bailado y todas
bailaban lo mismo. Lo correcto es
decirles que si y ponerles en la liga que llevan en la pierna un billete de un
dólar o de cinco, y así van de mesa en mesa como árboles andantes repletas
de billetes que semejan hojas. Miguel no parecía aburrirse de mirar lo que
estaba viendo pero llegó el momento en
que nos tuvimos que ir. Teníamos que visitar
tres lugares más y ese era apenas el primero. Cuando salimos mi amigo estaba encantado.
─
No lo puedo creer, todas esas mujeres pueden ser candidatas al miss universo o
miss mundo. No pensé que fueran tan lindas, son preciosas y sobre todo. ¿Te
fijaste en la edad? Muchas no tienen ni 20 años. Es increíble.
¿De dónde las sacan?
─
De todo el mundo Miguel, las traen de todo el mundo. Y no creas que esas caras
sonrientes
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que
vimos son en realidad sonrisas verdaderas.
Cada una de esas muchachas tiene su historia y no todas son felices.
Pero Miguel no estaba en ese momento para
averiguar los motivos por los cuales aquellas mujeres estaban ahí.
─
Pues a mí no me parece que esas dos que se nos acercaron no estén infelices, si
están aquí es porque les gusta.
No le quise rebatir su punto de vista, no
tenía como saber si las sonrisas de aquellas dos muchachas eran de felicidad o
eran sonrisas forzadas. Lo que hicimos
fue entrar otra vez al carro, tomar
nuevamente hacia el norte por la autopista 826 y justo donde nace la I-75, que
es una supercarretera que empieza en
Hialeah y termina en Canadá. Ahí se encuentra el siguiente lugar de
entretenimiento. Otra vez nos tocó salirnos hacia la derecha y llegar a la segunda parada de la noche. «The Swan
Club». También lleno hasta reventar, era viernes, el mejor día de la semana
porque es cuando le pagan a la mayoría de la gente.
Estacionamos el carro y caminando llegamos a
la puerta de dos hojas, esta vez de madera sólida que no deja ver hacia el
interior, en las paredes se puede ver la simulación de ventanas, pero no son
ventanas, en el Condado Miami-Dade es prohibido que estos lugares tengan puertas y ventanas
por las que se pueda ver al interior. Algunas
de las leyes hipócritas de este país. Entramos al local y nos encontramos con
lo mismo que en el anterior, un lugar donde comprar las entradas y después la
puerta de vaivén. Al atravesar esa puerta nos toparnos de frente con aquel conjunto de figuras multiplicadas que parecían salir de
los espejos pegados a las paredes, al techo y al piso. La música, las luces de colores, el humo que
salía del piso, las mujeres bailando en los tubos, ahí habían varios escenarios
con dos o tres “artista” haciendo su
performance.
Nos
salió al encuentro una camarera con su chaleco negro y su faldita corta de
color rojo, llevando en su mano una
bandeja con cervezas y copas pedidas por otros clientes, nos guio hasta una
mesa para dos. Y se repitió la misma escena, como abejas atraídas por las flores,
en esa ocasión nosotros éramos las flores, tres muchachas salieron de la nada y
nos preguntaron si se podían sentar con nosotros, como una formalidad nada más
porque se sentaron sin esperar la respuesta. «Modelos de revistas», no les
podíamos pedir más, más bonitas tenían que ser hechas de encargo. Miguel me decía en español sin que ellas
entendieran que ni en su más fantasioso sueño pensó nunca estar cerca de
mujeres tan bellas. Y les decía palabras
de admiración que no entendían y que me tocaba traducirles. Esa vez ya no tomé
cerveza porque era yo quien estaba conduciendo, pedí que me llevaran una taza
de café americano y Miguel siguió tomando aquellas cervezas que le costaban 10
dólares cada una.
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Invitando a las “modelos” a tomarse tragos de
20. Estuvimos ahí un poco más de una hora hasta que le dije que nos faltaba el
tercero.
En ese momento llegó a una mesa cercana
una mujer joven, blanca, bonita, pelo lacio de color negro, ojos de color verde
grisáceos, inconfundibles, en medio de tanta desnudes se destacaba como si
fuera una extraterrestre en aquel lugar porque estaba vestida como una
ejecutiva en una oficina, con una tableta en la mano y un celular. Daba la
impresión de trabajar ahí y andaba supervisando que los clientes se sintieran a
gusto. Miguel y yo la estuvimos mirando unos segundos y tuvimos especial
cuidado de archivar en la memoria la imagen de aquella mujer. Después nos dispusimos a partir.
Tomamos
nuevamente el 826 norte hasta llegar a la I-95, otra supercarretera que nace en
el downtown de Miami y termina también en Canadá. Unos 5 kilómetros al norte del empalme de esas
dos autopistas está el lugar de entretenimiento para adultos más grande del
condado, esta vez al lado izquierdo de
la carretera, pero siempre nos bajamos a la derecha y después pasamos por arriba,
tomamos varias calles hasta llegar al estacionamiento inmenso de lo que antes era una fábrica de no sé qué producto,
pero la crisis financiera de los años 2007 y 2008 los llevó a la quiebra solo para
ser ocupado por otra industria que nunca
sufre crisis, la del «entretenimiento para hombres brindado por mujeres». Ese lugar es grande, “huge” como se dice en
ingles. Cuando se entra al interior lo
que hay es una cantidad interminable de mesas, de escenarios, salones privados,
meseras caminando para un lado y otro, sirviendo tragos y cervezas, mujeres
bailando enroscadas al tubo o en las mesas de los clientes, decenas de bellas y
jóvenes mujeres, que aparentan ser mucho más al verse reflejadas dos, tres o más
veces por los espejos infaltables en esos “templos del entretenimiento”. Cuando nos sentamos en la mesa Miguel no
salía de su asombro.
─
Ariel….. ─ me decía ─ este lugar es grande y está lleno de gente. ¿Dónde está
la crisis económica que dicen hay en Miami?
Toda esta gente está gastando “los reales a manos llenas.
Y estaba diciendo la verdad, estaba lleno
de clientes y de mujeres que se paseaban en bikinis o sin ellos como abejas en
un panal, con ligas en las piernas donde los hombres dejaban colgados los
billetes de un dólar, como propina por “lo bien que habían bailado”. No sabía si ya estaba aburrido de ver tantas
mujeres de “concursos de belleza” como él decía, pero ya no le miraba en los
ojos el brillo de admiración y
deslumbramiento que le miré en el primer lugar al que llegamos. Después de
haber consumido varias cervezas a 12 dólares cada una y un indeterminado número
de tragos a 25 que se habían tomado las “modelos”, ya había perdido la cuenta. Al principio dijo que nunca se aburriría de
ver tantas mujeres lindas, pero eran tantas, y donde posaba la vista encontraba
bellezas nunca imaginadas, al final ya nada
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lo
sorprendía y la belleza había llegado a ser “lo normal”, de modo que se había acostumbrado. Sería esa la causa de su regocijo cuando de pronto, como salida de los
espejos, vio a una mujer de la raza negra que en otro tiempo o lugar ni la
habría notado, llegar a nuestra mesa,
sentarse a su lado y robarse toda su atención.
Continúa
en la entrega no.11

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